LA MEJOR DE TODAS LAS DEVOCIONES.

Como un sol entre cocuyos, sobresale de todas las devociones, devoción a Nuestro Señor Sacramentado.

¡Qué comparación puede haber entre una imagen cualquiera por muy hermosa y milagrosa que pueda ser, con la Hostia Consagrada, que NO es la Imagen, ni la Figura, ni el Símbolo, ni la Representación de Nuestro Señor Jesucristo, sino El mismo, VIVO Y GLORIOSO COMO ESTA EN EL CIELO!

Lo que santifica nuestros templos, lo que hace que ellos sean verdaderamente LA CASA DE DIOS, es la presencia en el Tabernáculo, de Jesús Hostia. Quitemos del Tabernáculo el sagrado depósito y ¡qué vacío queda éste!, ¡Qué vacíos quedan nuestros Templos!

Ciertamente que veneramos a todos los Santos por el espíritu de Dios que habita en ellos. Pero ¡qué diferencia hay entre esto y el Santísimo Sacramento del Altar!

Tomemos como nuestra devoción especial, visitar a Nuestro Señor Sacramentado, sea donde está manifiesto, sea simplemente donde está oculto en el Tabernáculo y aprovechemos esta visita para, en su divina presencia, considerar las pruebas que nos ha dado de su infinito amor, pues esto nos elevará a saber corresponder a ellas amándolo cada vez más y más, que es el único fin de nuestra vida.

 

VISITAS AL SANTISIMO SACRAMENTO

ORACIONES PARA TODAS LAS VISITAS.

Acto de Contrición.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

Comunión Espiritual E.V.C.

¡Divino Redentor de mi alma, Señor mío y Dios mío! Yo creo firmemente, porque Tú lo dijiste, que estás realmente presente en el Augusto Sacramento del Altar. Mira a tus plantas a un pobre pecador que arrepentido de sus pecados te pide perdón de haberte ofendido. Te amo y te adoro con toda el alma y ardientemente deseo recibirte Sacramentado en mi corazón; pero ya que de esta manera no me es posible recibirte en estos momentos, tú que eres el Pan Vivo que bajó del cielo para darnos vida eterna, ven a lo menos espiritualmente a mi alma que por ti suspira.

El Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, guarde mi alma para la Vida Eterna.

¡Gracias Jesús mío por haber venido a mil tú la luz del mundo; tú la fuente de agua viva que apaga el ardor de las pasiones; tú el Médico divino que puede sanar todas mis llagas! tú mi única esperanza, mi consuelo, mi solo bien, ilumíname, atráeme, protégeme, para que de hoy en adelante nada ni nadie pueda apartarme jamás de ti que tanto me amas y que anhelas tanto hacerme eternamente feliz. Así sea.

(Leer la Visita correspondiente al día).

Terminar con las oraciones siguientes:

ORACION

Para pedir la Comunión Diaria.

¡Que felicidad tan grande sería para mí, Señor, ser del número de aquellos dichosos cristianos a quienes un verdadero amor hacia ti y un sincero deseo de verse libres de sus debilidades y defectos y de emplear toda su vida en tu santo servicio, los lleva todos los días a tu sagrada mesa!

Qué ventajoso sería para mí recibirte todos los días en mi corazón y teniéndote en él, rendirte mis obsequios, exponerte mis necesidades y participar de las gracias que concedes a los que diariamente te reciben.

Yo sé bien, Señor, que no soy digno de ello, pero también sé que tú, en tu infinita misericordia no instituiste la Sagrada Eucaristía solamente como un premio a los buenos, sino también como un auxilio a los pecadores arrepentidos. Es bajo este último concepto como me atrevo a acercarme a tu mesa en la que espero encontrar el auxilio para ser bueno y para llegar a ser santo, para lo que te pido me concedas el mayor de todos los bienes que puedo alcanzar sobre la tierra: la gracia de recibirte diariamente.

ORACION

¡Oh Dios, que bajo este admirable Sacramento nos dejaste el recuerdo de tu Pasión! concédeme te pido, recibir de tal manera los sagrados misterios de tu Cuerpo y Sangre, que sienta constantemente en mí el fruto de tu redención.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Sea eternamente bendito y alabado el Santísimo Sacramento del Altar y la Inmaculada Concepción de nuestra Señora la Virgen María, que fue concebida sin mancha de pecado original desde el primer instante de su ser natural, para ser Madre de Dios, Señora y Abogada nuestra. Amén

 

LA VIDA MUNDANA Y LA VIDA CRISTIANA

Estas vidas son completamente diferentes, pues mientras la vida Cristiana sigue las doctrinas evangélicas, la vida mundana no sigue las enseñanzas de N. S. Jesucristo.

Nuestro Señor nos dice así por ejemplo, que hay que tener confianza en Dios y el mundo dice que hay que tener confianza en sí mismo, nuestro Señor nos dice que debemos perdonar las ofensas del prójimo como queremos que Dios nos perdone y el mundano dice: a mí quien me la hace me la paga; Nuestro Señor nos dice: Sí alguno te hiere en la mejilla derecha, vuelve también la otra. Y los mundanos dicen: yo no me dejo de nadie; Él nos dice: "devuelve bien por mal". Y los mundanos dicen: ojo por ojo y diente por diente, pues piensan que hay que pagar al prójimo con la misma moneda.

Nuestro Señor Jesucristo nos dice: bienaventurados los pobres de espíritu (es decir, los que no tienen apego desordenado a la riqueza), porque de ellos es el reino de los cielos; y el mundano piensa. "bienaventurados los, que nadan en la abundancia , y en las riquezas, porque ellos son los reyes de la tierra".

Nos dice Nuestro Señor:" bienaventurados los que lloran es decir, los que lloran sus pecados, los que hacen penitencia, los que sufren con resignación las penas de la vida considerándolas justo castigo de ellos".Y el mundano piensa: "bienaventurados los que gozan y se divierten harto, porque la vida es corta y hay que saber aprovecharla".

Nuestro Señor nos dice: bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicias es decir, los que desean ardientemente alcanzar la Santidad, vivir la Vida Perfecta, y el mundano piensa: "bienaventurados los que teniendo hambre y sed de las vanidades de este mundo, pueden saciarías plenamente, porque es en ellas donde se encuentra la felicidad".

En fin; Nuestro Señor Jesucristo nos dice: ama a tu prójimo como a ti mismo.Y al mundano ¡qué le importa el prójimo al que egoístamente sacrifica por su bien personal!.Y nos dice Nuestro Señor: lo que Dios ha unido no lo desuna el hombre. Y el mundano encuentra en razón que cuando alguien no es feliz en su matrimonio, se separe de su cónyuge para buscar nueva felicidad en otra unión.

Y así los mundanos con sus malas máximas, con sus malos consejos, sus malas costumbres, apartan a los católicos de Dios. Qué tan grande será la influencia que sobre éstos tienen, que nuestra santa Iglesia, al igual que al demonio, considera al mundo como uno de los 3 enemigos del alma.¡Y qué tan grande será el desagrado que Nuestro Señor Jesucristo sentía por los mundanos que llegó hasta a excluirlos en sus oraciones. (Juan XVII-9)

 

PRIMERA VISITA

Resolución de visitar a Nuestro Señor Sacramentado.

Heme aquí, Señor, en tu divina presencia. ¿Cómo podré darte debidamente las gracias porque con tanta facilidad puedo venir a visitarte, a estar tan cerca de ti, como apenas pueden estarlo los ángeles en el cielo?

¡Qué torpeza, qué ingratitud tan grande la mía de no venir a visitarte con mayor frecuencia!, ¡cuántos cristianos hacen grandes viajes y largas peregrinaciones para ir a visitar las reliquias de alguno de tus Santos o simplemente alguna imagen de ellos!, ¡cuántos gastos hacen, cuánto tiempo emplean, cuántas molestias se dan para ello!, ¡cuántos hay que hacen grandes caminatas hasta de rodillas para ir a visitar una imagen que muchas veces no es sino una representación muerta de una simple criatura tuya, hecha por la mano del hombre!.

Y yo en cambio, Señor, ¿por qué no me tomo diariamente el poco, poquísimo trabajo de venir a visitarte a tu templo, en el que encuentro no una simple imagen tuya, no algún paño o vaso sagrado que haya tocado tu divino cuerpo, no una reliquia tuya, sino en donde estás tú mismo vivo, tan real y verdaderamente como estás en el Cielo, en donde estás tú mismo Señor, el creador de todas las criaturas, el Creador y Santificador de todos aquellos Santos cuyas imágenes y reliquias con tanta devoción visitan tantos fieles?

¡Cuántos, cuantísimos miles de cristianos emprendieron las más mortíferas guerras, abandonando por años y aun para siempre sus comodidades y sus familias, sus esposas y sus hijos, soportando todo género de penalidades, hambre, sed, cansancio, enfermedades, epidemias, pestes, expuestos a recibir heridas dolorosísimas, que se enconaban sin tener modo de curarlas y dieron sus vidas en medio de los más atroces tormentos, para poder visitar la cueva en que naciste, la casa en que creciste, la tierra que hollaron tus sacratísimos pies, el huerto en que sudaste sangre pensando en mis ingratitudes que desde entonces previste y conocías; la calle de la amargura, en que, cargado la cruz de mis pecados tuviste la inmensa pena de ver el sufrimiento indecible de tu adorada madre; el cerro del Calvario en que diste la vida para redimirme de mis pecados, el Santo Sepulcro en que fuiste sepultado; la sala bendita en que llenaste de azoro a los cielos al instituir en la locura de tu amor POR MI, este adorable Sacrameto!, ¡razón de sobra tenían todos aquellos cristianos para no retroceder ante ningún obstáculo para poder visitar esos Santos lugares, pues todos ellos fueron santificados con tu presencia divina!

Y ¿cómo es posible, Señor, que yo no me tome la molestia de caminar unos cuantos pasos a la hora que más me acomode, para venir a tu divino templo a visitarte a tu templo mil veces más sagrado, más grandioso, más santo, por pequeño y pobre que sea, que el mismo templo de Salmón, que el mismo Calvario, que el Santo sepulcro, que toda la tierra Santa? pues todos estos benditos lugares fueron santificados con tu presencia accidental en ellos y en tus santos templos, te encuentres en estos mismos momentos, constantemente presente. Tú Señor, tú mismo, el Dios de los cielos y de la tierra, por quien fueron hechas todas las cosas y sin el cual no se ha hecho cosa alguna de cuantas han sido hechas.

Y estás en tus templos, no como un juez que castiga, sino como Dios de amor, esperando al pecador arrepentido para perdonarlo; esperándome a mí, día y noche, con una paciencia infinita, continuamente, con las manos llenas de gracias queriendo derramarlas a raudales en mi alma, para llenarme de tu amor y hacerme feliz en el cielo y en la tierra.

¡Qué ceguedad, qué torpeza tan grande la mía de no venir a visitarte con más frecuencia!, ¡cuánta torpeza y también cuánta ingratitud!

Sí, Señor, ¡qué ingratitud, porque bien sé que tu amor por el hombre, tu infinito amor por mí, fue el que te llevó a querer quedarte en el Santísimo Sacramento del Altar!.

Bien sé que del mismo modo que todo padre cariñoso cuando va a morir no quiere separarse de sus hijos, sino que desea quedarse con ellos para no abandonarlos, para no dejarlos sin protección, para estar con ellos, tú, cuando llegó la hora en que tenias que ascender a los cielos, no queriendo dejarnos abandonados, quisiste quedarte con nosotros y gracias a tu poder infinito pudiste lograrlo instituyendo la Sagrada Eucaristía.

Y si tú, en tu infinito amor por el hombre, quisiste instituir este adorable Sacramento para estar con nosotros, toca a nosotros corresponder a tu deseo queriendo estar contigo.

¡Dichosos aquellos fieles que así lo han comprendido y han podido arreglar su vida de manera de pasar todo el día cerca de tu Santísimo Sacramento! ¡Dichosas las monjas Sacramentarias que pasan estáticas delante de tu Sagrario, las horas enteras adornándote por ellas mismas y por los que nos olvidarnos de adorarte!. Dichosos nuestros Sacerdotes que consagran toda su vida a tu santo servicio, que pasan la mayor parte de su tiempo cerca del Santo Tabernáculo en que estás oculto, que celebran todos los días la santa Misa, que te dan en comunión a los fieles, que pasan horas enteras en el confesionario, cerca, muy cerca de ti, dirigiendo la mirada al lugar en que te encuentras y perdonando a los pecadores arrepentidos para acercarlos a ti.

¡Dichosos ellos que, como San Tarcisio, pueden llevarte consigo por la calle para darte en comunión al moribundo y con tu divina compañía hacerlo entrar al cielo!

Cierto que yo, por mis ocupaciones, por las obligaciones de mi estado que me llevan a otros menesteres, estoy imposibilitado de hacerte compañía en igual forma; pero sí puedo visitarte todos los días, sea donde te encuentres manifiesto o simplemente donde estás oculto en tu Tabernáculo o mejor aún, asistiendo a la Santa Misa.

Concédeme pues, Señor, que arregle mi vida en forma tal, que no se me pase un solo día sin que venga a visitarte. Concédeme también que te acompañe en todo momento al menos espiritualmente, llevándote siempre presente en la memoria; haga lo que haga, en medio de mis ocupaciones, cuando vaya por la calle, en todo lugar, yo quiero tenerte presente siempre en mi mente como tiene presente el avaro su tesoro.

Deja Señor que aquí, en tu divina presencia, venga a llorar mi torpeza y mi ingratitud; a pedirte desde el fondo de mi alma que las perdones, a prometerte corregirme, ser en el futuro más comprensivo, más inteligente, más consecuente con la bendita fe que Tú me diste y correspondiendo a tu infinito amor por mí y a tu deseo de estar en mi compañía, venir a visitarte como se visita a un amigo, al mejor amigo y contarte mis penas y mis alegrías y pedirte tus consejos para saber ser bueno.

Déjame que te grite desde el fondo de mi alma esta bendita verdad que es toda la razón de mi vida, pues preferiría mil veces la muerte, preferiría mil veces no haber nacido a que ella no fuera una realidad. "Señor, yo creo firmemente, con todas mis potencias y sentidos, que tú estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar tan real y verdaderamente como estás en el Cielo".

¡Bendita, mil veces bendita la hora en que instituiste la Sagrada Eucaristía!

 

EXELENCIA DE LA VIDA CRISTIANA.

Requiriendo la vida Cristiana la imitación de Nuestro Señor Jesucristo, aparece ante nuestros ojos como algo excelentísimo, pues ¡qué puede haber más excelente que imitar un modelo tan santo, tan perfecto!

Pero la excelencia de la vida Cristiana es todavía superior, infinitamente superior a esto, pues no es una copia de Cristo como lo es de una flor natural una muerta flor artificial, sino una copia viviente, que vive la misma vida de él, pues la vida Cristiana es una participación de la misma vida de Dios.

Ella incorpora al hombre a Cristo y lo sobre eleva del reino humano al reino divino, incorporación que se lleva a cabo al recibir el bautismo, por medio del cual somos injertados a Cristo y recibe nuestra alma vida de su vida, como reciben los injertos vida de la planta a la que han sido injertados.

Solo que el hombre, a diferencia de los injertos, pueda, a voluntad, dar entrada a la savia divina a su alma o dificultar esta circulación, pues ella se atenúa por medio del pecado venial, muere con el mortal y por el contrario, se acrecienta imitando a Cristo, imitación que hace crecer en nosotros la vida Cristiana.

Y esta excelencia de la vida Cristiana, trae consigo estas 4 ventajas: librarnos del infierno, librarnos del Purgatorio, darnos mayor Gloria y todo esto, no a costa de nuestra felicidad en esta vida, pues nos hace también aquí tan felices, como es posible serlo sobre la tierra.

¡Bendita sea la hora en que Nuestro Señor Jesucristo instituyó la sagrada Eucaristia!

 

SEGUNDA VISITA

Resolución de Comulgar con más Frecuencia.

Por brevemente que en mi pasada visita haya considerado que tú, el Señor de los Señores, el Rey de los cielos y tierra, estás realmente presente en la Sagrada Eucaristía y que quisiste quedarte en ella para estar con nosotros hasta la consumación de los siglos, para estar conmigo, llegué a la conclusión de que para no ser culpable de la mayor incomprensión, para no hacerme reo de la más negra ingratitud, debía, correspondiendo a tu amor, venir a visitarte con más frecuencia e hice el propósito de hacerlo así.

Cumpliendo con esta resolución, vengo aquí una vez más, Señor, a visitarte; a acompañarte, a pedirte ilumines mi entendimiento, para que viendo con claridad el fin con que instituiste este Santísimo Sacramento, pueda corresponder, no ya debidamente a él, lo que ni a los mayores Santos que ha tenido nuestra Iglesia les ha sido posible, pero sí tanto cuanto pueda.

Porque por poco que en ello reflexione, claramente veo, Señor, que tú no instituiste tu adorable Sacramento, solamente con la intención de quedarte en nuestra compañía, pues si así hubiera sido, indudablemente que hubieras elegido para permanecer con nosotros, una forma mas de acuerdo con tu realeza divina, un cetro, una corona de oro por ejemplo. Si quisiste quedarte en forma de alimento, fue porque no solamente te llevó tu amor a querer quedarte con el hombre, sino también a ser su alimento para que alimentándonos con tu carne santísima nos volviéramos santos.

¿Pero por qué escogiste la forma de Pan? parecería lo indicado que siendo tú de carne, hubieras elegido la forma de carne. Más aún, habiendo instituido la Sagrada Eucaristía el día que celebraban los israelitas la comida religiosa llamada "Cena Pascual", ¿por qué no quisiste quedar en forma de Cordero Pascual?

Bien veo, Señor, que no escogiste esta forma porque el Cordero Pascual se comía tan sólo una vez al año y ello nos hubiera llevado a pensar que así querías tú, te comiéramos. Y si te hubieras quedado en forma de simple carne, hubiéramos podido pensar que tú no querías te recibiéramos en aquellos días en que la ley prohibe comerla. Además, la carne es un alimento caro del que muchas veces se ven privados los pobres y podría haber parecido les estuviera vedado este alimento divino a ellos.

Quisiste quedarte en forma de pan, porque el pan es el alimento cotidiano del hombre y quisiste que la misma forma en que quedabas, nos recordara que querías ser el alimento cotidiano de nuestras almas y todavía más, para que tuviéramos esto siempre presente, nos enseñaste a decir en la oración del Padre Nuestro: "El pan nuestro de cada día dánosle hoy", en que la palabra PAN, más bien aún que lo necesario para el sustento de nuestro cuerpo, significa nuestro alimento espiritual, el Pan Eucarístico.

Claramente veo, Señor, que son tus deseos que te recibamos todos los días y que así debemos hacerlo o al menos descarto. ¡Y qué pocos, Señor, son los que así lo hacen!, ¡que pocos son los que corresponden a tu llamado como tú lo deseas! Y esto sin duda se debe a que no se han dado cuenta del sacrificio tan grande, del anonadamiento infinito que para ti significó quedarte en la Sagrada Eucaristía y no pueden por lo tanto, corresponder a él.

Pero ¡quién podrá Señor ponderar tal sacrificio, tal anonadamiento! si ni la más exaltada imaginación, ni la mayor inteligencia del hombre alcanza para darse cuenta del anonadamiento infinito que supuso el misterio de la Encarnación, menos, mucho menos le alcanzarán para darse cuenta del que supone el misterio de la Sagrada Eucaristía!

¡Quién sería capaz de medir la magnitud del anonadamiento, que para la segunda persona de la Santísima Trinidad, significó haberse hecho hombre! ¡todo un Dios reducido a la categoría de una simple criatura! Y no por cierto eligiendo ser un hombre rico, poderoso, el Rey de una gran nación, el Emperador del mundo, sino ser un pobre obrero, ignorado en una pequeña aldea perdida en la Palestina, expuesto a los sacrificios y las humillaciones que supone el trabajo y la pobreza y siendo amargada su vida todavía más, por tres largos años de vida de apostolado, que culminaron con el más horroroso martirio y con la más ignominiosa muerte!

Tú, Señor, por amor nuestro, por amor mío, no solamente aceptaste hacerte carne, sino también hacerte llaga, llaga dolorosísima y lo que supone un sacrificio inmensamente mayor: ¡hacerte pan!

Porque al encarnar, Señor, conservaste al menos las facultades preciosísimas que el Eterno Padre concedió al hombre la más privilegiada de sus criaturas, la que hizo a su imagen y semejanza. Conservaste la forma humana en toda su belleza. ¡Fuiste el más hermoso entre los hijos de los hombres! Conservaste también todos los poderes de que está dotado el hombre, entre ellos el de defenderse; y aun conservaste tus poderes divinos, que Se manifestaron en múltiples milagros; ejemplo entre éstos el que hiciste cuando estando en peligro de ser lapidado en el Templo, desapareciste milagrosamente, poder al que sólo renunciaste para defenderte en tu dolorosísima pasión, entregándote voluntariamente, a tus verdugos para ser clavado en una Cruz y permanecer en ella a pesar de escuchar las blasfemias de los que te decían. "Si eres el Hijo de Dios, baja de esa cruz; si eres el Rey de Israel, baja de la cruz y creeremos en Ti" (Mat. XVII-40-42).

Pero para hacerte pan, sacrificaste aún la forma humana. Sacrificaste todas las facultades y poderes del hombre, para venir a ser una cosa, una simple cosa completamente indefensa, que hasta un soplo de viento puede cambiar de lugar y llevársela.

¡Oh anonadamientos infinitos de Cristo Hostia!, ¡cómo sabremos corresponder a ellos!

Para redimirnos, te fueron necesarios 33 años de vida dolorosa y para santificarnos, te han sido, son y serán necesarios siglos y siglos de anonadamiento en la Sagrada Hostia.

Para santificarnos aceptaste, en tu infinito amor, quedar en ella al arbitrio del hombre; desde el que por bueno y santo que sea, nunca la cuidará y honrará tanto como ella merece, hasta el malvado que comulgará sacrílegamente. Del incrédulo que te repetirá en la Sagrada Eucaristía y no sólo una ocasión, sino hasta la consumación de los siglos, las mismas blasfemias del Calvario. "Si es cierto que estás realmente presente en la Hostia Consagrada, ¿cómo es que no lo muestras con un milagro?". Y lo que es todavía más doloroso, a merced del cristiano TIBIO, INDIFERENTE, que a pesar de creer firmemente en tu presencia real en la Hostia Consagrada, sólo se acerca de tarde en tarde a recibirte.

No quiero yo, Señor, ser de estos últimos. Yo quiero que al menos en mí encuentres correspondencia a tan grande amor, a tan grande anonadamiento; y para ello, quiero tener hacia ti en la Sagrada Eucaristía, los sentimientos de profundo agradecimiento, amor, adoración y REPARACION que en ella mereces y añadiendo la acción a estos sentimientos, yo formo, Señor, en este mismo momento, la resolución de con tu divina ayuda, comulgar cada vez más devotamente y con mayor frecuencia, hasta que logre hacerlo diariamente.

Yo quiero que veas, Señor, en mis próximas comuniones, principalmente el deseo de reparar las ofensas que recibes en el Santísimo Sacramento del Altar, por las profanaciones de los malvados y sobre todo, POR TANTA INDIFERENCIA DE LOS CATOLICOS TIBIOS.

Dígnate ver, Señor, en todas mis comuniones, el deseo ardiente de corresponder a tu infinito amor por mí. Ayúdame a ello descubriéndome cada vez más los misterios insondables de tu adorable Eucaristía, para que cada día me inflame más de amor por ti y en mis acciones de gracias después de haberte recibido, no permitas olvide pedirte me concedas la mayor de todas las gracias que puede alcanzar el hombre sobre la tierra: la Gracia de recibirte diariamente.

 

TERCERA VISITA

Se Renueva el Deseo y la Resolución de Comulgar Diariamente.

En mi pasada Comunión, Señor, el considerar que tú habías querido quedarte en la Sagrada Eucaristía, no en la forma de una joya preciosísima, sino de alimento y no por cierto de carne, sino de pan, me llevó a concluir que tú habías elegido esta forma porque el pan es el alimento cotidiano del hombre, y era tu deseo que recibiéramos diariamente este alimento divino.

Considerando las profanaciones a que por amor nuestro, por amor mío, quisiste quedar expuesto en la Sagrada Eucaristía por los siglos de los siglos y las numerosísimas blasfemias de los impíos y lo que es aún más doloroso que todo eso, LA INDIFERENCIA DE LOS CATOLICOS TIBIOS, quise dentro de mi pequeñez, reparar tanta incomprensión, tanta maldad y formé para ello la resolución de acercarme a tu Sagrada Mesa cada vez con más frecuencia y mayor devoción, hasta llegar a hacerlo diariamente como tú lo deseas.

Pero ¿podré yo, Señor, atreverme a esto? el pensar pueda recibirte diariamente me llena de alegría, pero al mismo tiempo me infunde serio temor. Eres tú tan grande y yo tan pequeño; eres tan poderoso y yo tan débil; eres tú tan Santo y yo tan pecador, que estoy tentado de decirte como San Pedro: ¡Apártate de mí, Señor, que soy un pobre pecador!...

Pero si me tomas la palabra, qué sería de mí, ¿a dónde refugiarme si huyo de ti?... No, Señor, no me apartaré de ti, pues sólo en ti podrá encontrar mi alma la fuerza para vencer sus malas inclinaciones, el alimento necesario para santificarse.

Además, Señor, si me atrevo a desear acercarme todos los días a tu Sagrada mesa sin temor alguno de errar, es también porque tu vicario en la tierra, que mereció el bendito nombre de "El Papa de la Eucaristía", S.S. Pío X, claramente nos invita en su decreto "Sacra Tridentina Synodus", a que te recibamos todos los días y de la manera más paternal nos insta a ello con sólo dos condiciones: que nos lleve a comulgar RECTA INTENCION y que estemos LIMPIOS DE PECADO MORTAL.

¡Cuánta bondad, Señor! ¡cuánto amor encierran estas dos tan simples condiciones!. Parece imposible que para recibir diariamente al Rey de Reyes en nuestro corazón, exijas tan poca cosa, que baste con no ser un malvado o un inconsciente; pues sólo a un inconsciente puede llevarlo a tu divino banquete, torcida intención; sólo un malvado podría atreverse a recibirte en pecado mortal.

¡Cómo es posible pueda llevar a comulgar a quien te conoce, a quien esté consciente de que estás tú realmente presente en la Sagrada Eucaristía, otro móvil que corresponder a tu infinito amor que verse libre de sus defectos y vicios que nos hacen indignos de acercarnos a ti, que unirse contigo cada vez más íntimamente!, ¡otro móvil que santificarse!

¡Y cuánta bondad la tuya, Señor, de no privar de tu divino banquete, al cristiano aunque esté en pecado venial!, ¡cuánta confianza me infunde esto!,¡Cuánto me anima a querer acercarme a recibirte diariamente y a corresponder a tanta generosidad, procurando acercarme cada vez más puro, más libre de toda clase de pecado!

Yo vengo, pues, Señor, a renovar en tu divina presencia, el deseo ardiente que la vez pasada formé, de comulgar diariamente, así como la resolución para lograrlo,de comulgar cada vez con más frecuencia.

Con tu divina ayuda, yo no consentiré que las objeciones que los mundanos hacen a la comunión diaria me aparten de tu divina Eucaristía y cualquier pensamiento que tienda a alejarme de ella, lo veré como una tentación del demonio que, ayudado por ti sabré rechazar.

No se apartará de mi, Señor, del deseo de la comunión diaria, el pensamiento de que para comulgar diariamente tengo que ser MAS BUENO DE LO QUE SOY, pues sé bien que tu Sagrada Eucaristía no es solamente un premio para los que ya son santos, sino también un auxilio para los pecadores arrepentidos que, como yo, quieren ser buenos, quieren verse libres de sus tendencias el pecado.

No dejaré, Señor, que mengüe en mí el deseo de comulgar diariamente, pensar que CUANDO SE COMULGA FRECUENTEMENTE LA COMUNION YA NO HACE EFECTO, pues sé que no son las lágrimas, ni las impresiones, ni las dulzuras de la devoción sensible, lo que hay que buscar en la Sagrada Comunión; sino el aumento en tu amor, el horror al pecado, la pureza de conciencia, el acrecentamiento de las virtudes, principalmente de la humildad, la penitencia, la castidad, el desprendimiento de los bienes terrenales, el celo para procurar el bien temporal y espiritual del prójimo, el valor para pelear con los enemigos de nuestra alma y de nuestra Iglesia, la fidelidad para cumplir con las obligaciones de nuestro estado y sobre todas las cosas una sumisión absoluta a tu santa voluntad y bien sé que todas estas virtudes son fruto de las comuniones bien hechas.

¡Con cuánta razón nos dice San Alfonso María de Ligorio: "no te dejes engañar por el pensamiento de que tendrás más devoción, si comulgas menos frecuentemente; cierto que el que come pocas veces, come con más apetito, pero está lejos de estar tan fuerte como el que toma regularmente sus comidas. Si comulgas rara vez, tendrás quizá un poco más de devoción sensible, pero a tu alma le faltará la fuerza para evitar las recaídas".

Tampoco dejaré que el necio temor de FAMILIARIZARME CON LAS COSAS SANTAS, me aparte de la comunión cotidiana, pues qué mejor que la familiaridad cuando ella nos acerca a ti en abandono tierno y confiado. Yo pondré especial cuidado en que tal sea mi familiaridad con tu Sagrada Eucaristía y en evitar la mala familiaridad que lleva al descuido, a la rutina. ¡GUARDAME SEÑOR DE LA RUTINA EN TU SANTO SERVICIO! que yo pondré de mi parte cuanto pueda por evitarla, procurando hacer cada vez mejor mis comuniones.

No me apartará de la comunión frecuente, el sentirme al comulgar, FALTO DE FERVOR, DISTRAIDO Y SIN DEVOCION. Yo sé bien, Señor, que estas distracciones muchas veces no son voluntarias, que tú las permites porque es muy grato a tus ojos el que a pesar de ellas perseveremos en la comunión frecuente y que hasta santos tales como San Vicente de Paul y Santa Teresa de Jesús las han tenido. Con cuánta razón el gran doctor San Buenaventura nos dice: "A pesar de que es sintáis tibios y sin devoción, es preciso no alejarse de la Sagrada Mesa, pues mientras más enfermo se está más necesidad se tiene de medico".

Claramente veo, Señor, que es gran torpeza apartarse de la comunión por sentir que no se comulga tan bien como se quisiera, pues no es la manera de aprender a hacer bien una cosa el dejar de hacerla, sino al contrario practicarla, ya que es la práctica la que hace al maestro.

Y tampoco me apartará de la comunión diaria, el ver que VUELVO A CAER SIEMPRE EN LAS MISMAS FALTAS, pues si me apartara de ella indudablemente que caería en otras peores.

Si tenemos desvanecimientos tomando nuestro alimento ordinario ¿qué sería de nosotros si no comiéramos o comiéramos menos? en lugar de estar débiles, moriríamos de hambre. Si nos alejamos del pan de los fuertes, centuplicamos nuestra debilidad y tendremos que lamentar no ya faltas ligeras, sino caídas graves, pecados mortales. "Puesto que peco todos los días, nos dice San Anselmo, tengo necesidad de remedio todos los días" y después "Este Pan de cada día lo tomamos como remedio de todos los males".

No, Señor. Yo no me dejaré engañar por tantos pensamientos que contra la comunión diaria puedan traer a mi mente el demonio o los mundanos. Yo procuraré por el contrario, tener en ella pensamientos que a ti me acerquen.

Si supiera que en determinado banco, se estaba entregando diariamente a todo el que se presentara, un "centenario" de oro, seguramente que no me conformaría con ir a solicitarlo tan sólo una vez a la semana. ¿Por qué, pues, no correr diariamente al templo a recibir el Pan divino, cuando sé que vale mil veces más que el oro, que vale infinitamente más que él?

No permitas, Señor, que ningún pensamiento me aparte de ti. Yo sé bien que todas cuantas objeciones puedan haberse hecho en el transcurso de los siglos a la comunión diaria, fueron cuidadosamente catalogadas, discutidas y condenadas por la Sagrada Congregación del Concilio, a la que S.S. Pío X encargó estudiar tan trascendental asunto, el más importante de todos ellos y esta Congregación, después de madurísimo examen, de haberlas aquilatado cuidadosamente formuló las conclusiones que fueron estudiadas, aprobadas y mandadas publicar por tu Santo vicario en su bendito decreto.

Sé bien, Señor, que la voz de tu vicario es tu propia voz; que lo que él dice son tus propias palabras; no me queda pues más que saber aprovecharme de la invitación que él me hace de acercarme todos los días a tu banquete divino, al que a todos nos llamas. Tú nos dijiste que muchos son los llamados y pocos los escogidos. Yo quiero ser de estos últimos y para ello vengo de nueva cuenta a renovar en tu divina presencia, el deseo ardientísimo que tengo de recibirte todos los días, a renovar la resolución de comulgar con más frecuencia, hasta que con tu divina ayuda llegue a hacerlo cotidianamente, como de todo corazón te lo pido, postrado aquí, de rodillas, en tu presencia divina.

 

LA VIDA PERFECTA.

En la Vida Cristiana hay diferentes grados:

-Hay la vida Cristiana mínima, que se limita a no ofender a Dios cumpliendo los mandamientos de Dios y de la Iglesia.

- Hay la vida Cristiana superior, que no solamente evita el pecado para no ofender a Dios, sino que queriendo agradarlo hace algunas buenas obras.

- Hay la vida Cristiana perfecta, que siguiendo estas palabras de N. S. Jesucristo: quien quiera ser mi discípulo: "niéguese a sí mismo, tome su Cruz y sígame" se niega a todo lo que puede llevarlo a pecar, lleva su cruz ofreciendo al Eterno Padre todas las penas y contrariedades del día en satisfacción de sus pecados y procura seguir a Cristo imitando sus virtudes.

Las virtudes de Cristo que principalmente debemos imitar para vivir la vida perfecta son: su amor a la pobreza, su humildad, su castidad que se oponen a nuestro amor desordenado a la riqueza a los honores y placeres que con la fuente del pecado y su Caridad que da como fruto las buenas obras que con la intención de agradar a Dios hacemos ya directamente en su honor (la Oración, la asistencia a la Misa, los Sacramentos), ya en bien propio (la penitencia, instruirnos en religión, ejercer el Apostolado, la confesión, la comunión), ya en provecho del prójimo (las obras de misericordia especialmente instruirnos en religión).

La vida perfecta es así la vida cristiana íntegra que no solamente obedece los preceptos de N. S. Jesucristo, sino que sigue de sus consejos todos los que son necesarios para vivir la vida cristiana en toda su plenitud.

 

CUARTA VISITA

Propósito de hacer cada vez mejor nuestras comuniones.

Por poco que en ello reflexione, Señor, claramente veo que para corresponder al infinito amor que te llevó a instituir la Sagrada Eucaristía, no hasta con que te visite todos los días, con que me acerque diariamente a tu Sagrada Mesa, sino que es también necesario, indispensable, procure hacer cada vez mejor mis comuniones, pues tú, Dios Todopoderoso, no puedes darme más de lo que me das en la sagrada Eucaristía, pues te das a ti mismo y qué menos puedo hacer para corresponder a tanta generosidad, que poner de mi parte cuanto pueda para recibirte lo menos indignamente posible.

Además, Señor, tú quieres, que mis comuniones, dejen en mi alma el mayor bien posible y esto sólo depende de mí, pues si bien es cierto que tu Sagrada Eucaristía como todos tus sacramentos, produce su efecto santificante por sí mismo, también lo es que este efecto es tanto mayor, cuanto mayor cooperación pone quien recibe el sacramento, pues nos has dado la voluntad, la libertad y la facultad de obrar para que podamos tener el honor de ser, en cierto modo, los obreros de nuestra propia santificación.

Claramente vemos, Señor, en tus Santos evangelios, que tú quieres nuestra cooperación para llevar a cabo tus divinos planes, hasta para hacer tus milagros quieres que el hombre coopere contigo; así por ejemplo: en las bodas de Caná, para hacer tu primer milagro cambiando el agua en vino, quieres que el hombre coopere a él llenando primero de agua las seis hidrias de piedra; cuando hiciste el milagro de la pesca milagrosa, tú llenaste de peces la barca de Pedro, pero antes tuvo éste que echar las redes del lado que tú le habías indicado; cuando alimentas milagrosamente a las multitudes, en vez de sacar de la nada estos alimentos, como podías haberlo hecho puesto que eres Dios, esperas a que el hombre coopere a ello buscando los panes y peces que había disponibles; vuelves milagrosamente la vista al ciego de Jericó, pero este debe de ir antes a la piscina de Siloe a lavarse los ojos; curas milagrosamente a los 10 leprosos pero deben ir a presentarse ante los sacerdotes, etc. Pues lo mismo es tratándose de la obra de nuestra santificación por medio de la Sagrada Eucaristía. Tú pones en ella cuánto puedes, te pones a ti mismo, pero quieres que nos acerquemos a ella con las mejores disposiciones posibles.

Nuestra Santa Iglesia, para ayudarnos a que veamos cuán necesario es que hagamos bien nuestras comuniones, llama nuestra atención a que tú quisiste que la Sagrada comunión, fuera una comida material, para que pusiéramos para recibirla, el mismo cuidado que ponemos para comer cuando queremos alimentarnos bien y nos invita a que consideremos que no hasta para nutrirnos con que sea excelente el pan que comemos, sino que es preciso, además, que sea debidamente triturado e insalibado; esto es: que es indispensable una PREPARACION y que es necesario después de este trabajo, que el alimento sea atacado por el estómago, emulsionado lentamente por los jugos gástricos, pues si esta larga y metódica actividad fisiológica se produce mal, la asimilación es mala, la nutrición incompleta y esta es la imagen de la ACCION DE GRACIAS que debe seguir a la Sagrada comunión.

De esto se desprende, Señor, que para que una comunión sea buena, requiere una conveniente preparación y después de ella, hacer bien nuestra acción de gracias.

S.S. el Papa Pío X, en su bendito decreto sobre la comunión diaria, claramente nos precisa todo lo anterior, pues después de animarnos a comulgar con más frecuencia, nos anima a que hagamos mejor nuestras comuniones diciéndonos:

"Como los Sacramentos de la ley nueva, aunque produzcan su efecto por sí mismos, lo causan sin embargo más abundante cuanto mejores son las disposiciones de los que los reciben, se ha de procurar que preceda a la Sagrada comunión una PREPARACION CUIDADOSA y le siga la CONVENIENTE ACCION DE GRACIAS conforme a las fuerzas, condición y deberes de cada uno".

De acuerdo con estas palabras de quien te representa en la tierra, yo me propongo, Señor, hacer bien mis comuniones PREPARÁNDOME cuidadosamente a ellas y HACIENDO BIEN MI ACCION DE GRACIAS.

Para PREPAPARARME bien a mis comuniones, yo sé que debo preparar mi cuerpo, mi alma y mi corazón.

Para preparar mi CUERPO debo no haber comido nada desde una hora antes de recibirte e ir vestido con honestidad y limpieza.

Para preparar mi ALMA, sé que debo llevarla limpia al menos de pecado mortal, pero no me limitaré a eso, Señor, sino que procuraré acercarme a tu Sagrada Mesa llevándola limpia de toda clase de pecados, para lo que me formo la resolución de confesarme con frecuencia, cada 8 días y siempre que tenga la desgracia de caer en alguna falta que turbe la paz de mi conciencia.

Para preparar mi CORAZON cuidaré de tener en él, al ir a comulgar, los sentimientos de fe, de humildad, de amor y de deseo de que se llena nuestro corazón, si pensamos, como debemos, quien viene a nosotros, a quien viene y para qué viene, pues creemos firmemente que en la Sagrada Eucaristía, VIENE A NOSOTROS la Segunda Persona de la Santísima Trinidad hecha hombre, tú Señor, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.

VIENES A UNA POBRE CREATURA más indigna de recibirte por estar manchada por el pecado.

Y VIENES para limpiarnos del pecado, para fortalecer nuestras almas y santificarnos uniéndonos íntimamente contigo, para que vivamos de tu propia vida, como tú vives de la vida del Padre.

Quien se da cuenta Señor de esto, Señor, ¡cómo podrá evitar llenarse hacia ti de gratitud, de amor y de deseo de recibirte!

Yo quisiera Señor, poder dedicar tiempo bastante para desarrollar en mi corazón estos sentimientos: pero no consentiré que la falta de tiempo para prepararme a recibirte como yo quisiera, me aparte de tu Sagrada mesa, pues supliré esta falta de tiempo procurando tener estos sentimientos continuamente en mi corazón, conservándome siempre en estado de gracia de manera que cada comunión que haga sea como una preparación para la comunión siguiente.

Para hacer bien mi ACCION DE GRACIAS después de comulgar, me propongo, desde luego, dedicarle tiempo bastante, ¡pensar que tantas veces he acortado mi acción de gracias, esta santa conversación contigo, tan íntima, tan santa, para perder el tiempo en conversaciones inútiles!

Y después, quiero evitar caer en la RUTINA que es tan gran obstáculo para nuestro adelanto espiritual y a la que tan fácilmente lleva, al hacer la acción de gracias, limitarse a repetir oraciones que hasta mecánicamente se dicen de memoria. Líbrame Señor de la rutina en tu santo servicio.

Yo quiero, Señor, después de haberte recibido, hacerte presentes los sentimientos que espontáneamente brotan del alma de todo aquél que considera que el Rey de Reyes ha venido a su corazón, de todo aquél que se da cuenta de su posición contigo acabando de comulgar.

En efecto, Señor: ¿de qué otra manera podré comenzar mi acción de gracias que dándote la bienvenida a mi corazón con un profundo ACTO DE ADORACION, reconociéndote como el Señor de los Señores, al autor de cuanto existe, cuya ley quiero guardar, cuyos consejos quiero seguir y cuyas virtudes quiero imitar?

Y el considerar que el Rey de Reyes ha venido a mí, pobre pecador, no podrá más que llenarme de AGRADECIMIENTO, el que deberé manifestar dándote gracias por todos tus dones, especialmente por los últimos favores que de ti he recibido y particularmente porque hayas querido venir a mí una vez más.

Y como el agradecimiento nos lleva a amar a aquél a quien estamos agradecidos, deberé Señor, después, HACERTE PRESENTE MI AMOR y para esto, nada mejor podré hacer que considerar las innumerables pruebas que de tu amor me has dado, pues considerar lo que tú me has amado, me llevará indudablemente a amarte cada vez más.

Quiero manifestarte mi amor, Señor, no solamente con palabras sino también con obras, pues la verdadera prueba de amor es no ofender a aquél a quien se ama. Yo me propongo para esto, apartarme de todas las ocasiones de ofenderte y como sé que no podré lograrlo sin tu divina ayuda, no terminaré mi acción de gracias sin pedírtela y sin pedirte el remedio de todas mis necesidades, pues acabando de comulgar, estás en mi corazón como en un trono de misericordia, con las manos llenas de gracias y deseoso de derramarías sobre mí.

Yo comprendo, Señor, que para manifestarte debidamente mis sentimientos de adoración, de agradecimiento, de amor y para pedirte lo que convenga, necesito de meditaciones cuidadosas; me propongo hacerlas aquí en tu divina presencia, en mis siguientes visitas y ayudarme también de lecturas que estén de acuerdo con mi adelanto espiritual, hasta que por mí mismo pueda hablar contigo, pues bien sé que más te agradan las palabras sencillas que brotan espontáneamente de un corazón lleno de amor por ti, que las bellas frases que tomamos prestadas de otras personas que se encuentran en un grado de adelanto espiritual muy superior al nuestro y que, por lo tanto, muchas veces en nuestros labios no resultan sinceras.

Si los mundanos te preguntan - dice San Francisco de Sales, Terciario Franciscano- por qué comulgas tan frecuentemente, respóndelos que por aprender a amar a Dios, por purificarse de tus imperfecciones, por librarte de tus miserias, por consolarte en tus aflicciones, por fortificarse en tus flaquezas.

"Diles que dos suertes de gentes deben comulgar a menudo: los perfectos, porque, estando dispuestos, harían mal si no se llegasen al manantial y fuente de la perfección, y los imperfectos para poder justamente pretender la perfección, los fuertes para no venir a ser flacos; los flacos para hacerse fuertes; los enfermos, para verse sanos y los sanos, para no estar enfermos.. .

"Diles que recibes al Santísimo Sacramento para aprender a recibirlo bien, porque es casi imposible hacer una acción bien hecha no habiéndole ejecutado mucho"...

¿QUE SON LAS TERCERAS ORDENES?

Siendo el hombre un ser esencialmente sociable, consigue mas fácil y plenamente sus fines en la sociedad de otras personas animadas de los mismos anhelos, que procurándolo individual, aisladamente. Y esto tanto cuando se trata de fines materiales como espirituales.

Nuestra Santa Iglesia que es tan sabia teniendo siempre presente esta verdad, para proporcionar al hombre esta ayuda que le es necesaria para vivir más intensamente la vida cristiana, ha establecido numerosas asociaciones religiosas, en las que cada quien puede encontrar el auxilio que necesite según su grado de adelanto Espiritual y su mayor o menor deseo de progresar en esta Vida.

Estas asociaciones religiosas, son de lo más variado: desde las que la llevan a vivir un mínimum de vida cristiana, hasta las que lo llevan a vivir esta vida en toda su plenitud, a vivir la vida perfecta.

Estas últimas asociaciones se llaman ordenes religiosas y se distinguen de ellas tres clases: la Primera y la Segunda Ordenes, respectivamente para hombres y mujeres que pueden entrar a un convento y las terceras ordenes, tanto para hombres como para mujeres que no pueden entrar a él.

Una de estas terceras ordenes, la primera que se fundó de todas ellas, es la V.0.T. (Venerable Orden Tercera de Penitencia), que puede definirse así:

La V.0.T. es una asociación religiosa, fundada por San Francisco de Asís, hace 7 siglos para proporcionar a los católicos que viven en el mundo, todos los auxilios necesarios para ser mejores cristianos, según el espíritu Franciscano, y entrar a la vida perfecta como si ingresaran a un convento.

 

QUINTA VISITA

Acto de Fe.

Yo creo Jesús mio, que tú estás realmente presente en el Augusto Sacramento del Altar porque creo que eres Dios y porque creo en tu palabra y porque tú así lo dijiste.

Nada expusiste más claramente en tus predicaciones que la doctrina de tu presencia real en la Sagrada Eucaristía. Tu Apóstol San Juan, en el capítulo VI de su Santo Evangelio, nos narra esta predicación maravillosa con todos sus detalles.

El nos dice que al día siguiente de que tú alimentaste a 5,000 hombres multiplicando milagrosamente cinco panes, símbolo de la EUCARISTIA y dos peces, símbolo de tu DOCTRINA, eras seguido por una gran muchedumbre de judíos que deseaba presenciar un milagro como el de la víspera y material, apenas sí podía creer algo más de lo que con sus ojos corporales veía.

Ellos te pidieron hicieras un milagro para que creyeran en ti, recordándote que Moisés dio a comer al pueblo el "maná"; al que ellos llamaron pan del cielo. Tú entonces les dijiste que Moisés no les había dado pan del cielo, que era el Padre quien les daría el pan del cielo que da la vida al mundo. Dijéronte entonces: "Señor danos siempre de ese pan" a lo que tú respondiste: Yo soy el pan de vida que ha descendido del cielo a fin de que quien coma de él no muera.

Cuando oyeron esto los judíos, comenzaron a murmurar de ti porque habías dicho: Yo soy el pan vivo que ha descendido del cielo; pues decían: "¿Cómo puede decir que ha descendido del cielo cuando nosotros conocemos a su padre y a su madre?" y tú les explicaste aún más claramente tus palabras diciéndoles: Yo soy el pan vivo que ha descendido del cielo. Quien come de este pan vivirá eternamente y el pan que yo daré es mi misma carne, la cuál, yo daré para la vida o salvación del mundo.

Pero los judíos en vez de creerte dijeron: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?" y tú, en vez de corregir las palabras que habías pronunciado, expusiste con precisión y plenitud admirables, la adorable doctrina de la Sagrada Eucaristía diciéndoles: En verdad en verdad os digo que si no comiereis la carne del Hijo del Hombre y no bebierais su Sangre no tendréis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi Sangre tiene vida Eterna y Yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdaderamente comida y mi Sangre es verdaderamente bebida. Quien come mi carne y bebe mi Sangre, en mí mora y yo en él. Así como el Padre que me ha enviado vive y yo vivo por el Padre, así quien me come también él vivirá por mí y de mi propia vida. Quien come este pan vivirá eternamente.

Al oír esto, no solamente los judíos que no te conocían, sino hasta tus propios discípulos, no teniendo presente que tú eras Dios y que como tal todo lo puedes y no imaginando que podías valerte de cualquier medio adecuado para cumplir tu promesa, sino creyendo que prometías un festín sangriento al modo de los caníbales, dudaron de que tal promesa pudiera ser cumplida y dijeron: "¿Quién es el que puede creer en esto?" y te abandonaron.

Tú los viste retirarse con dolor indecible; pero en vez de rectificar tus palabras dijiste a tus doce Apóstoles que estaban cerca de ti: ¿Y vosotros, también queréis retiramos? indicando con estas palabras que estabas dispuesto a permitir te abandonaran aún tus doce Apóstoles, antes que rectificar una sola de tus palabras.

San Pedro, que tampoco había entendido como tú podrías cumplir tu promesa, pero que no olvidaba que eres Dios, creyó tu palabra y hablando en nombre de los doce te contestó: "Señor ¿a quién iremos? tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo".

Yo, Señor, no quiero ser como los judíos que rechazaron tus palabras. ¡Yo quiero hacer mías las palabras de tu Apóstol Pedro!

Nosotros sabemos que para cumplir tu promesa no tuviste que despedazar tu cuerpo y darlo a comer a tus Apóstoles, como lo creyeron tus discípulos infieles, sino que simplemente cambiaste la substancio del pan en la substancia de tu cuerpo, la víspera del día de tu pasión y que, para alimentar el alma de todos aquellos que después de tu ascensión a los cielos creyeran en ti, diste a tus Apóstoles el poder de hacer lo mismo hasta la consumación de los siglos.

Son tres los Evangelistas que nos narran esta celestial escena: San Mateo, San Marcos y San Lucas; ellos nos refieren cómo tú, la víspera de tu pasión, después de haber cenado, en compañía de tus Apóstoles, tomaste pan en tus santas y venerables manos y levantando los ojos al cielo, dando gracias lo ofreciste a tu padre, lo bendijiste después y lo repartiste a tus Apóstoles diciéndoles:

Tomad y comed, esto es mi Cuerpo.

Así fue como cumpliste tu promesa dando en alimento a tus Apóstoles el pan vivo que bajó del cielo para darnos vida eterna; ese pan que según tus propias palabras es tu mismo cuerpo.

¡Cómo es posible, Señor, que haya quien conociendo tus Santos Evangelios pueda dudar de tu presencia real en la Sagrada Eucaristía, pueda dudar de que es indispensable al cristiano comulgar para santificarse!

Qué duda cabe de que al prometer la Sagrada Eucaristía, al decir frases como estas: Yo soy el pan vivo que ha descendido del cielo, mi carne es verdaderamente comida y mi sangre verdaderamente bebida, quien me come vivirá por mí y de mi propia vida establecer en términos indiscutibles la realidad de tu presencia en el manjar que prometes. Y después, al tomar en tus manos el pan bendito y decir: Tomad y comed este es mi cuerpo ¿qué duda puede caber de que sea ese el pan que tú has prometido, el pan del cielo en que estarás realmente presente?

De tal manera tus palabras son claras y terminantes, que el mismo Lutero que negó uno tras otro los dogmas sacrosantos de nuestra Fe, para lo que encontró múltiples pretextos, no halló uno solo para negar tu presencia real, al grado de tener que exclamar "se me haría un gran beneficio proporcionándome algún medio decoroso para poder negar este dogma".

Tus propias palabras establecen también con claridad meridiana, la necesidad de recibirte en la Sagrada Eucaristía para tener vida sobrenatural, es decir, para santificarnos, pues entre ellas dices:si no comiereis la carne del Hijo del Hombre y no bebiéreis su Sangre, no tendréis vida en vosotros.

Pero seguramente que las palabras tuyas en que debo fijar aún más mi atención, son aquellas en que estableces la unión tan íntima que hay entre quien comulga y tú, pues nos dices: Así como el Padre que me ha enviado vive y Yo vivo por el Padre, así quien me come también él vivirá por mí y de mi propia vida.

Yo quiero, Señor, cada vez que comulgue, recordar estas benditas palabras tuyas, pues por poco capacitado que esté para profundizar todo su significado, no puedo menos que ver que ellas son vida para mi alma. Yo quiero aprenderlas de memoria, repetirlas con frecuencia, procurando entender toda la maravilla que encierran, pues no podías haber exaltado más la unión que contigo tiene quien comulga. Esta unión es tan íntima, que no temes comparar la vida que de ti recibe quien comulga, con la vida que tú recibes del padre. No es solamente una unión moral fundada en una comunidad de sentimientos, unión que tratándose de ti, que eres Dios, es ya de por sí excesivamente deseable, sino más mucho más que eso. ¡LA PARTICIPACION DEL CRISTIANO EN TU MISMA VIDA DIVINA!

 

SEXTA VISITA

El Acto de Adoración a Jesús Eucaristía

Tú Señor, al hacerte hombre y humillarte bajo las Santas especies, no has dejado de ser Dios. Por lo tanto mi primer movimiento al encontrarme en tu divina presencia y más aún acabando de recibirte, debe ser el de adorarte, prosternándome delante de ti como Moisés ante la zarza ardiendo en el monte Horeh, como los pastores y los magos y los Angeles del cielo ante el Divino Infante que había nacido en la cueva de Belén.

Yo te adoro Señor, protestando que soy nada en presencia de tu grandeza infinita y afirmando mi absoluta dependencia ante ti, mi creador, tu redentor, mi Soberano Señor.

Pero no permitas, Señor, que mi adoración que es el nombre que toma el grado supremo del respeto cuando tiene por objeto a la Majestad Divina, mate en mí el amor. Yo sé que tú quieres de nosotros, la familiaridad, pero una familiaridad que no mate el respeto.

Adoro Señor tu divinidad y también tu santa humanidad, pues uniéndote tú, Dios, a la naturaleza humana elevaste al Hijo de la Virgen, a 105 honores de la divinidad. Todo en ti, Señor, es adorable; adorable tu divino rostro, adorables tus santas llagas, adorable tu corazón, que está unido tan íntimamente a la Divinidad, que viene a ser el corazón mismo de Dios y como tal, partícipe sin reserva de la Soberana Majestad.

Y Tú, Señor, has querido ser mi pan cotidiano ¡Oh, qué asombroso olvido de tu dignidad!, ¡cuánto más obligado estoy a corresponder con honores tus condescendencias!

El Todopoderoso ha venido a ser por amor mío, una pequeña Hostia que desaloja el viento; has ocultado todo tu esplendor a la mirada de los hombres y todo esto me obliga más a engrandecerse cuanto pueda, por medio de mis más profundas adoraciones.

Cuando un Soberano se despoja voluntariamente del aparato real para ser más accesible, es cuando su pueblo debe mostrarle mayor reverencia; tú, Señor, has querido despojarte a tal grado de toda manifestación de tu divina realeza en el Santísimo Sacramento del Altar, que tan sólo nos indica tu presencia en el Sagrario, la bendita lámpara, pequeña, pequeñita, que siempre tienen cuidado nuestros amados sacerdotes, esté ardiendo cerca de tu divino Tabernáculo, cuando, dentro de él, te encuentras esperándome.

Y este anonadamiento Tuyo en la Sagrada Eucaristía, al mismo tiempo que nos llena de admiración, de asombro, nos llena a todos los que creemos en ti del deseo de corresponder a él cuanto podamos con nuestras adoraciones; como aquel sacerdote que, en la primera guerra, mundial se encontraba en los dardanelos sufriendo lo indecible por no poder prender alguna luz para honrarte en el Sagrado Depósito; de repente, en la oscuridad de la noche, distinguió un pálido fulgor, era un cocuyo; buscó y pronto encontró otro; lleno de alegría los llevó a tu lado y estas humildes bestiecitas, irradiando su claridad, parecían decir a su Creador, el Cordero Pascual: "Por más que te llamen el Rey de la Gloria, por más que el Apóstol San Juan en su Apocalipsis diga que tu rostro Divino es el luminar que llena de luz y alegría los cielos eternos, aquí no tienes ni siquiera el río que tenemos nosotros".

¡Oh tus anonadamientos infinitos en la Hostia Consagrada!, ¡cuán obligados estamos a compensarlos con la magnificencia de nuestros homenajes!

Es por esto que nuestra Santa Iglesia nada encuentra demasiado honroso ni demasiado rico para exaltar tu Sagrada Eucaristía; que quiere que los cálices, los copones, las custodias sean de oro y estén adornados con las más preciosas piedras, que sean obras maestras de joyería; que los ornamentos sacerdotales sean de las telas más espléndidas; que la arquitectura despliegue toda su potencia y la escultura y la pintura todos sus recursos; que la música descubra nuevos cánticos e instrumentos que armonicen con el tañer de las campanas; que nada encuentra bastante espléndido para establecer una pequeña compensación a los pasmosos abatimientos tuyos en la Hostia.

Es por esto que, para desagraviarle, para rendirte el homenaje de adoración que en la Hostia Divina te es debido, nuestra Santa Iglesia recurre a la elocuencia de los mejores oradores Sagrados, a los profundos tratados de los doctores, a los mejores cantos de los poetas, a la inspiración de los artistas y a toda la pompa de la Liturgia.

Es para adorarte en el Santísimo Sacramento del Altar que ella establece y organiza las guardias de honor, los centros de Adoración Nocturna y tantas innumerables asociaciones Eucarísticas así como soberbias procesiones y congresos Eucarísticos tanto parroquiales como diocesanos, nacionales e internacionales.

Y t ú Señor, te has dignado mostrar hasta por medio de milagros en no pocas ocasiones, cuán gratas te son las adoraciones de los Santos. Muchas veces los ángeles llevaron al campo la custodia para que la adorase San Pascual Bailón y cuando su cuerpo rígido reposaba en el ataúd descubierto, el día de sus funerales, se le vio abrir los ojos al tiempo de la consagración para manifestar su fe y su respeto.

De igual manera, en la Misa de sus funerales, el cuerpo de Santa Catalina de Bolonia se incorporó primero y después se inclinó para adorar tu Santísimo Sacramento.

Yo quiero, Señor, que el ejemplo de estos Santos, me lleve a una adoración más profunda. Comprendo que mis imperfectas adoraciones no son dignas de ti, por eso quiero unirlas a las suyas, especialmente a las de la Bienaventurada Virgen María pues sé que unirme a ella es el mejor medio para adorarte como tú mereces ser adorado, para cuando comulgue, hacerte una recepción que te sea agradable.

Y quiero también, Señor, unirme a ti para, según tu voluntad, hacer llegar mis adoraciones a tu Eterno Padre. Especialmente cuando asisto a misa, a la hora del Ofertorio, yo me uniré al sacerdote para ofrecerte en profunda adoración al Eterno Padre, como tú te ofreciste en el Calvario.

Y todavía más; yo quiero en todo momento, pero también especialmente en el Ofertorio de la Misa, unirme a ti, Señor para ofrecerme contigo al Eterno Padre, con la intención que tú te ofreces: la redención del mundo y particularmente en satisfacción de mis pecados.

Yo quiero ofrecerle especialmente a esa hora, así como en mi acción de gracias después de comulgar, como un acto de adoración, mis propósitos para enmendarme de mis defectos y pecados, para apartarme de las ocasiones de ofenderlo y quiero ofrecerle también mi muerte, aceptándola desde ahora con todos sus dolores y amarguras como justo castigo de mis pecados, así como las penas y contrariedades que tenga a bien enviarme, las que te prometo recibir con paciencia y resignación y bendecirlas como venidas de su Santa mano.

 

COMO AYUDA LA V.0.T. A VIVIR LA VIDA PERFECTA

La V.0.T., proporciona a sus Terciarios, todos los auxilios necesarios para vivir la vida perfecta.

Es el primero entre ellos, darles una regla perfecta de conducta, la que los lleva a imitar las virtudes de Nuestro Señor Jesucristo, principalmente el servicio de Dios, la humildad, la penitencia, el amor a la pobreza y la castidad y a practicar todas las buenas obras, que tanto en honor de Dios, como en bien propio y en provecho del prójimo, son necesarias según los consejos de Nuestro Señor Jesucristo, para vivir plenamente la vida cristiana, para vivir la vida perfecta.

Y no solamente los proporciona la letra de esta regla, sino su espíritu, enseñándolos a entenderla y ayudándolos a vivirla.

Para esto, la V.0.T., al principiar el año de 1963, tiene tan sólo en el Distrito Federal 300 centros, en cada uno de los cuales, una vez por semana, se da instrucción sobre la V.0.T.

Primero, durante 3 meses, se da a conocer a los postulantes a quienes se instruye, lo que es la tercera orden, para que, si se resuelven a ingresar a ella, lo hagan con pleno conocimiento de causa.

Recibe entonces el postulante el Santo hábito, que marca su entrada a la tercera orden y pasa al noviciado, que debe durar un año, en el que se le enseña la regla y a vivir según su espíritu.

Terminado el noviciado, hace el novicio la profesión, después de lo cual, obedeciendo la regla, debe asistir una vez al mes a la asamblea que es llama de cuerda, en la que encuentra el ambiente religioso necesario para perseverar, contrarrestando la influencia corruptora del mundo en que se mueve y vive.

 

SEPTIMA VISITA

Sentimientos de gratitud y reparación a Nuestro Señor Sacramentado.

Adorado Señor Sacramentado, ilumíname el entendimiento para que en esta ocasión, meditando sobre el sentimiento tal vez más fuerte, el más importante, el más noble de todos los que debo tener hacia ti porque nos hayas dado la Sagrada Eucaristra. EL AGRADECIMIENTO, pueda descubrir los deberes que me impone y sepa cumplir con ellos como de todo corazón lo deseo.

Porque el agradecimiento, Señor, nos impone deberes ineludibles. Esto lo reconocen hasta las personas más incultas, prueba de ello es como éstas, cuando quieren condenar amargamente la conducta de alguien, lo llaman "ingrato".

Y mientras más alta es la cultura de una persona, mientras más alta es su dignidad, más estima el agradecimiento. Tú mismo, Señor, en no pocas ocasiones nos manifestaste cuanto estimabas el agradecimiento, que quieres nuestra gratitud, que la deseas. Basta recordar el milagro de la curación de los diez leprosos. ¡Cómo te mostraste desolado y con tanta razón, porque solamente uno de ellos vino a darte las gracias! Y aún más te apenó el que los nueve ingratos pertenecieran a tu pueblo elegido, lo que nos enseña también que tú esperas mayor reconocimiento de aquellos a quienes más dones concedes (Luc. XVII-11).

Ciertamente que el abandono y las ingratitudes de los hombres, fueron la porción más amarga del cáliz de tu pasión dolorosísima.

Y nos hacen ver claramente lo que te duelen nuestras ingratitudes, las palabras que dices a Sta. Margarita María Alacoque cuando en diversas ocasiones te apareciste a ella en Paray le Monial, por ejemplo éstas: "He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres y de los que en correspondencia no recibe más que ingratitudes y lo que es aún más sensible, es que esto es de aquellos corazones que me son más consagrados".

Yo no quiero, Señor, que mi corazón sea de estos corazones ingratos; yo quisiera que mi gratitud hacia ti pudiera corresponder a la inmensidad del bien recibido, pero ya que esto no es posible, que al menos ella sea la mayor de que yo sea capaz.

Porque el don de la Sagrada Eucaristía, significa para el hombre indudablemente el mayor e todos los donas, el mayor de todos los bienes. Todos los innumerables bienes que de ti hemos recibido, absolutamente todos juntos, quedan reducidas a nada cuando son comparados con el don de la Sagrada Eucaristía, bien tan grande, tan inconmensurable, que tu infinito poder no pudo dar al hombre bien mayor. Sólo hay una palabra que pueda medir la magnitud de este don, esa es la palabra "INFINITO".

El don de la Eucaristía es un don de valor infinito porque en ella tú mismo te das en alimento al hombre para santificarlo, para hacerlo participar de tu misma Divinidad, para que volviéndolo como otro Dios, pueda después de esta vida compartir contigo y por toda la eternidad, todas tus perfecciones, tu sabiduría, tu inteligencia, tu poder y con ellas toda tu felicidad infinita.

Vivir la misma vida de Dios, volvernos como dioses es el fin de la Sagrada Eucaristía, como tú nos lo dices con estas palabras: Así como el Padre que me ha enviado vive y yo vivo por el Padre, así quien me come también él vivirá por mí y de mi propia vida (Juan VI-58).

Nuestro agradecimiento por este bien debería ser pues, un agradecimiento infinito, nuestra correspondencia a él debería ser infinita y cuando considero cuán lejos está el hombre de poder hacer algo infinito, vienen a mis labios palabras semejantes a la que dice el sacerdote acabando de recibir la Sagrada Comunión: "¡Con qué corresponderé al Señor por este don infinito!"

Y todavía veo, Señor, que mi agradecimiento hacia ti debería ser aún mayor si considero no solamente la magnitud del bien recibido, sino el sacrificio tan grande que significó para ti habérmelo dado.

Tú, por nuestro bien, no retrocediste hasta quedar bajo la apariencia de una materia vulgar que te expone a todos los desprecios, a todas las humillaciones, a todas las profanaciones y esto por cada uno de nosotros pues no sólo a Santa Margarita María dijiste estas palabras: "Aun cuando hubieras sido tú sola, yo hubiera instituido este Sacramento nada más por ti" sino que estas palabras las dices también por cada uno de nosotros.

Oh, ¡cuánto debemos amarte en tu Santo Sacramento!, ¡cuán agradecidos debemos estarte por él!, ¡cuán obligados estamos a compartir tus sufrimientos por las ingratitudes, por las incomprensiones, por las profanaciones de que se le hace objeto!, ¡cuán obligados estamos a desagraviarle!, ¡cuán obligados estamos a la reparación!

Con cuánta razón pues, Santa Margarita María, cuando tú le dices: "Hija mía: vengo al corazón que te he dado a fin de que por el fuego de éste repares las injurias que he recibido de esos corazones tibios y ruines que me deshonran en el Santo Sacramento" ella te contesta. "Mi Señor y mi Dios; si mi vida es útil para reparar estas injurias a pesar de que las que recibís de mí son mil veces peores, tomadla, haced de mí lo que os plazca".

Tú le pediste entonces, Señor, la comunión de la fiesta del día del corpus, en reparación de las indignidades cometidas durante la octava precedente y la del primer viernes de cada mes, en reparación de los pecados cometidos contra ti en el Santísimo Sacramento, el mes transcurrido precedentemente.

Bastan Señor, las breves reflexiones anteriores sobre la magnitud del don que nos hiciste en la Sagrada Eucaristía y sobre el sacrificio tan grande que tuviste que hacer para dejárnoslo, para que vea cuán grande debe ser hacia ti mi agradecimiento y cómo debo esforzarme por reparar las ofensas que en él recibes por las profanaciones de los impíos, por la indiferencia de los católicos tibios.

El agradecimiento debe ser mi sentimiento cardinal hacia ti en la Sagrada Eucaristía, lo que hasta su mismo nombre nos indica, ya que Eucaristía es una palabra griega que significa "ACCION DE GRACIAS".

Para hacerte presente mi agradecimiento y reparar las ofensas que recibes, hago el propósito firme de hacerte frecuentemente compañía donde estés oculto en el Tabernáculo, conducirme en el templo con el debido respeto, visitarte cuando estés manifiesto asistir a Misa aunque no sean días de precepto y sobre todo, comulgar con más frecuencia y mejor.

No olvidaré hacer mis comuniones, especialmente las de los primeros viernes y la del bendito día del Corpus, con la intención de reparar las ofensas que recibes en el Santísimo Sacramento, como lo pediste a Santa Margarita María Alacoque.

Y como tantas veces las profanaciones que recibes son públicas, yo quiero también públicamente repararlas aprovechando las múltiples oportunidades que para ello nos proporciona nuestra Santa Madre la Iglesia, siempre amante, siempre vigilante, siempre sabia, como iluminada por el Espíritu Santo, llamándonos, para honrar a la Sagrada Eucaristía, a que asistamos a las bendiciones con el Santísimo Sacramento, a las horas Santas establecidas precisamente para desagraviarle, a los Jubileos de las 40 horas, a los Congresos Eucarísticos tanto parroquiales como diocesanos, nacionales e internacionales; asistiendo en las grandes fiestas, a las procesiones Eucarísticas, especialmente a la del día del Corpus, establecido por nuestra Santa Iglesia para rendirte culto en el Santísimo Sacramento del Altar.

Yo quiero, Señor, sobre todo en este bendito día, tener en mi corazón los más profundos sentimientos de gratitud y de reparación y me propongo no faltar en él por ningún motivo, a la comunión reparadora, a la más hermosa Misa, a la más grandiosa procesión del año, en que nuestro corazón, lleno de agradecimiento hacia ti, salta en nuestro pecho rebosante de alegría como los repiques con que las sonoras campanas de nuestras Iglesias anuncian el santo día del Corpus.

 

OCTAVA VISITA

El Acto de Amor a Jesús Eucaristía.

Tu Sagrada Eucaristía es, Señor, esencialmente el Sacramento del amor. Tú mismo vienes en él a excitar nuestro amor; debemos pues corresponder a esta amorosa excitación y para esto, nada mejor podernos hacer que considerar las innumerables pruebas que de tu amor tenemos, pues dándonos cuenta de lo que tú nos has amado, no podremos menos que amarte, ya que amor con amor se paga.

¡Qué mayor prueba de tu amor, Señor, que el que hayas querido sacarme de la nada y darme con la vida la oportunidad de poder compartir contigo tu divina Gloria!, ¡Qué mayor prueba quiero de tu amor que el que hayas querido hacerte hombre para enseñarme con tu palabra y con tu ejemplo el camino del cielo y que, tomando sobre ti el castigo de mis pecados, hayas aceptado la más dolorosísima pasión y la más ignominiosa muerte! Y como si no fuera bastante con esto, ¡qué mayor prueba quiero de tu amor que el que hayas querido anonadarse hasta hacerte pan, para servir de alimento a mi alma y santificarme!.

Pero aquí Señor, en tu divina presencia, quiero con tu divina ayuda, meditar en otra prueba de tu infinito amor por el hombre, el que hayas querido manifestarle este, dándonos la bendita imagen de tu Sagrado Corazón.

Tú, Señor, desolado porque el hombre, materializado, víctima de sus sentidos, no correspondía a tu infinito amor por no poder ver con sus ojos corporales, en la blanca Hostia Consagrada, materialmente tu cuerpo sacratísimo, quisiste, en tu misericordia infinita, hacer un llamado a sus sentidos, apareciéndose ante él en forma humana y manifestándole tu corazón para que se diera cuenta de tu amor.

Claramente nos descubren que estos fueron tus sentimientos, estas palabras que dijiste a Santa Margarita María de Alcoque, al mismo tiempo que te mostrabas tu corazón rodeado de las insignias de la pasión: "Tengo una sed ardiente de ser amado por los hombres en el SANTISIMO SACRAMENTO y aún no encuentro casi nadie que se esfuerce por apagar esta sed, con algún afecto recíproco".

Si medito, Señor, en estas benditas palabras tuyas, puedo descubrir el motivo que te llevó a aparecerte a nosotros en forma de tu Sagrado Corazón; puedo figurarme oírte diciéndote a ti mismo:

"La Eucaristía ha sido ciertamente el esfuerzo supremo de mi amor; pero los hombres permanecen indiferentes a ella porque ahí permanezco invisible. Necesito pues impresionar sus sentidos y para esto quiero que en lo sucesivo tengan la imagen de mi amor asociada a la Eucaristía. QUIERO CREAR ESTA IMAGEN DE TAL MODO QUE LES EMBARGUE EL ESPIRITU Y LES MUESTRE LO QUE CONTIENE Y DE DONDE VIENE ESTE SACRAMENTO.

"Ya que es costumbre entre los hombres considerar el corazón como un símbolo de amor, adopto este uso. En esta imagen eucarística pondré ostensiblemente mi corazón. Ellos lo verán unas veces sobre mi pecho y otras sobre mi mano; su color de carne herirá su vista y fijará su atención y mi voz susurrará a sus oídos diciéndoles: "He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres"...

¿Qué otra costumbre tienen los hombres para expresar su amor? la de mostrar un corazón atravesado por una flecha... acepto este emblema; yo les mostraré mi corazón atravesado por la lanza y la herida visible les revelará la herida invisible de mi amor...

"Mi evangelio habla de las lágrimas que derramé sobre la Jerusalén infiel, es decir, sobre todos los pecadores ingratos y rebeldes. Quiero ahora que los pecadores vean manar de mi corazón lágrimas de sangre. Y espero que sus corazones no podrán quedar insensibles".

"El medio de que me serví en los pasados siglos para recordarles mi martirio en la Pasión, era una cruz sobre el tabernáculo. Este signo ya no les impresiona. Pero no lo suprimiré; renovándolo les mostraré la cruz plantada en mi corazón".

"Al mirar el Crucifijo, ellos podrán imaginarse que yo estaba ahí a mi pesar, retenido por los clavos; viendo la cruz plantada en mi corazón se verán obligados a recordar las palabras del Profeta: "HA SIDO INMOLADO PORQUE ÉL MISMO LO HA QUERIDO".

"Y añadiré ahí una corona de espinas para hacerles ver mi humillación y el sufrimiento al que se ha sujetado el Rey del cielo, para ser el Rey de sus corazones"...

"Una costumbre usada en la tierra me ayudará también a hacerme comprender de ellos: cuando un rey acaba de morir repentinamente, el uso pide hacer la autopsia de su cadáver para conocer de qué ha fallecido: Yo quiero que los hombres puedan ver esto en mi cuerpo".

"Ya el día de mi inmolación sobre el Calvario, quise que mi costado fuese abierto a fin de hacer comprender que mi muerte venía de mi corazón herido de amor; pero esta demostración parece insuficiente ya que ha dejado indiferentes a los hombres. Quiero repetirla de la manera más palpable: por la herida del costado, haré salir mi corazón y mostrándolo abierto, les diré: Mirad, contemplad, que una vez más la herida visible es revele la herida invisible de amor que me ha conducido hasta sacrificarme por vosotros en la cruz y hasta sepultarme por vosotros en el Pan de Vida".

En presencia de tal espectáculo, te preguntarás, Señor: "¿Podrán los hombres permanecer insensibles?"... No, no lo podrán; pero quiero sin embargo enriquecer la imagen de mi corazón con un último expresivo emblema. Mi corazón está tan ardientemente apasionado de amor por los hombres, que no puede ya contener en sí mismo las llamas de su ardiente caridad. Quiero introducir llamas en la representación de mi amor; se las verá largas y vivas escaparse por todas partes, para indicar la impetuosidad de su amor humano y también la caridad eterna del verbo que le abrasa...

"Un intento más. ¡Oh hombres! ¿no habláis sin cesar de corazón ardiente, de corazón devorado por el amor?... Pues bien: yo adoptaré el lenguaje que conocéis, vuestro propio lenguaje y así, en los rayo de fuego de mi corazón, veréis cuán ardiente amor él os tiene".

He aquí en cuánto puede descubrirlo nuestra pobre imaginación, el motivo que te llevó, Señor, a dejarnos la imagen de tu Sagrado Corazón.

Y ahora que ya se ha realizado este prodigio, ahora que lo he comprendido a ti luz de tu Sagrada Eucaristía, cuando contemple la imagen de tu Sagrado Corazón, no podré menos que exclamar: ¡Señor, esto es demasiado!, ¡creo en tu amor!, ¡no puedo ya dudar de tu ternura!

¡0h, cuánta razón tenía el Santo cura de Ars en repetir frecuentemente. "Mis queridos hijos: si nosotros supiéramos cuánto nos ama el corazón de Jesús, moriríamos de placer!" y las palabras de Santa Coleta: "Mi dulce dueño; yo desearía amaros mucho, pero mi corazón es demasiado pequeño" y en referir cómo ella vio un día descender un corazón todo inflamado y oyó una voz que le decía: "Ahora ámame tanto cuanto quieras". . . y cómo su corazón se inundó de amor.

Y ese gran corazón que vino a suplir la impotencia de Santa Coleta para amarte a ti y a tu padre, es el mismo que viene a suplir la nuestra; es el corazón del verbo encarnado que vemos en tu sagrada imagen y que recibirnos realmente en cada comunión.

Eres tú, Señor, que quieres de nosotros algo más que un amor individual tímido y oculto; que quieres un amor que se manifieste, que salga de la intimidad de las conciencias, que brille en el exterior y que se atreva a glorificarse; eres tú, que prometes todos tus divinos tesoros a aquellos que, como nos dice Santa Margarita, quieran rendirte y procurarte todo el honor y la gloria de que seamos capaces.

Yo quiero, Señor, que me cuentes entre el número de ellos; yo quiero que tu corazón Eucarístico reine en mí y sobre todo el mundo, por siempre jamás.

 

NOVENA VISITA

Acto de petición a Nuestro Señor Sacramentado.

Nuestra Santa Iglesia nos enseña, Señor que tú estás en tu divino Sacramento como en un trono de gracias y de misericordia, con las manos llenas de dones dispuesto a derramarlos sobre nosotros. Pero ella también nos enseña que según estas palabras tuyas: No recibís nada porque nada pedís, pedid y recibiréis, para darnos estas gracias quieres que te las pidamos. Por obedecer tus palabras más aún que por el deseo de remediar mis necesidades, vengo a pedirte, Señor, QUE ME ENSEÑES A PEDIRTE, que me enseñes a pedirte especialmente acabando de recibir la Sagrada Comunión.

¿Qué deberé pedirte, Señor?... Como todo cuanto tenemos nos viene de ti, deberé pedirte todo cuanto necesito, tanto bienes temporales como eternos; pero la razón me indica que no te los debo pedir de la misma manera, que debo poner en mis peticiones, el mismo orden que tú pones en tus apreciaciones.

Ahora bien: lo que tú estimas en primer lugar, lo que estimas ante todo, son mis intereses espirituales; lo que más quieres es salvar mi alma y llevarla alto, muy alto en la vida eterna; para esto has descendido del cielo; ¡no hubiera valido la pena que todo un Dios se hubiera hecho hombre para venir a procurarnos solamente una felicidad temporal! fué para salvar mi alma que emprendiste todos tus trabajos, que quisiste morir clavado en una cruz y si hubiera sido mi alma la única que hubieras tenido que rescatar, HUBIERAS MUERTO DEL MISMO MODO POR MI SOLO.

Y todavía más: fue para procurar mi bien espiritual, para santificarme, para lo que instituiste el Santísimo Sacramento del Altar; es para esto que quieres que te recibamos diariamente, lo que nos evita las desgracias temporales, las enfermedades, los malos negocios, los fracasos, lo que nos consuela en las penas y lo que vale aún mucho más que esto: nos da la fuerza para resistir las tentaciones del pecado, para evitar las ocasiones peligrosas, para corregirnos de nuestros malos hábitos, para perdonar las injurias. Y esto, Señor, es lo que yo quiero encontrar y pedirte en ellas, así como el gusto por la oración, la estima de tus sacramentos, el adelanto en las virtudes, el progreso en tu amor, la sumisión a tu santa voluntad y la perseverancia final que me unirá a ti para siempre.

Son estos bienes espirituales los que quiero pedirte ante todo en mis oraciones, en cada una de mis comuniones, pues quiero, en primer lugar y sobre todas las cosas, que tú reines plenamente en mí, de acuerdo con estas benditas palabras tuyas: BUSCAD PRIMERO EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA Y TODO LO DEMAS SE 0S DARA POR AÑADIDURA..

Pero estas palabras tuyas, no quieren decir tampoco, Señor, que no pueda yo desear los bienes temporales, que no pueda pedírtelos, pues tú dices: "PRIMERO", no únicamente y tu corazón misericordioso no puede ser insensible a nuestras miserias corporales, pues todo aquello que nos interesa, te interesa a ti y esperas de nosotros que, de corazón a corazón te hablemos de todo. Así pues, me propongo presentarte todas mis penas, todas mis necesidades, todos mis deseos, aun los más pequeños, pues ello me unirá más a ti y sé bien que la familiaridad que viene de un amor confiado te complace.

En la vida de los Santos, se encuentran pláticas tan tiernas, tan ingenuas, que no pueden menos que escandalizar a los sabios del mundo; pero tú, el sabio de los sabios, las apruebas. A ti te gusta conversar con los pequeños y con los humildes; podemos pues presentarte nuestras llagas y pedirte que las cures, pues tú verterás en ellas el bálsamo que las sane si nos conviene.

Cuando tenga alguna pena, alguna cruz, yo vendré a hablarte de ella, pues sé que tú me la quitarás y que cuando no juzgues conveniente quitármela en el acto, me darás la unción necesaria para hacérmela aceptable. Tú sabes mejor que yo lo que me hace falta y si una cosa temporal que yo te pida, pudiera serme perjudicial, ¡cómo pensar que puedas concedérmela! del mismo modo que un padre no da a su hijo pequeño el cuchillo que le reclama y que una madre a pesar de las lágrimas de su hijo, no le quitará el vendaje necesario para su curación, tú no me darás, Señor, un bien temporal que te pida, si él me fuera perjudicial, sobre todo para mi alma, por más que lo desee, por más que te lo pida. Así, Señor yo se que tú siempre me escucharás en mis peticiones, pero no ciertamente de la manera que yo equivocadamente lo desee, ni inmediatamente cuando así no convenga.

Leemos en la vida del Santo cura de Ars, que una ocasión que se rezaba mucho por un joven enfermo, vino a solicitarse del santo sacerdote que ofreciera algunas oraciones por esta curación. Después de varios días, iluminado de lo alto, respondió: "El buen Jesús envía esta enfermedad para detener a este joven en sus desórdenes; su curación no sería más que la continuación de su vida de pecado". Entonces se le suplicó orara por su conversión. Consintió con gusto en ello y pronto todas las oraciones hechas para obtener una salud que hubiera sido nociva a su alma, fueron escuchadas obteniendo un ten mucho más precioso: el pobre enfermo, transformado por la gracia, permaneció con su cruz, pero llegó a amarla y a ser modelo de paciencia y de sumisión a tu divina voluntad.

Y así, con mucho desprendimiento y sumisión a tu santa voluntad, es como debo pedirte todo cuanto te pido, aun aquellas cosas de orden espiritual que no tenga con mi perfección o con mi salvación, una conexión necesaria, tales como un mejoramiento en mi salud que me permita hacer actos de piedad o de buenas obras.

Quiero, Señor, hacer todas mis peticiones con espíritu de abnegación, pues tú sabes mejor que yo lo que me conviene, cuál es el camino que quieres que siga para santificarme y para salvarme.

Cuando te pida, Señor, me ayudes a corregirme de algún defecto, sé que debo esperar con paciencia me lo concedas, pues puedes tener razones para no precipitarte, como nos lo enseñan con no poca frecuencia las vidas de los santos, ejemplo la de Santa Gertrudis, que habiéndose quejado con un sacerdote que era su confidente, de la tenacidad de ciertas lacras espirituales de que sufría, diste tú mismo a su confidente esta explicación: "Los defectos que hacen gemir a mí muy amada Gertrudis, te son muy provechosos. Esparzo sobre su alma tal abundancia de gracias, que debo, para preservar su debilidad humana de los pecados de la vanidad, ocultar algunas de esas gracias a sus ojos, bajo las nubes de esas lacras y defectos".

y esto, Señor, no está en contradicción con tus palabras "PEDID Y RECIBIREIS", pues en ellas no nos dices que recibiríamos precisamente lo que quisiéramos, pues comprendo que, cuando esto no nos conviene, es lógico que tú no nos lo concedas; lo que ellas quieren decirnos es que siempre que te pidamos alguna cosa, no se verá nuestra petición desairada, pues si no nos das lo que te pedimos, nos darás bienes espirituales y aun materiales mucho mayores.

Reflexionando en esto, Señor, cuando yo vea que tú no me concedes algo que te pida, te daré las gracias por ello pensando que no me conviene, que tal es tu voluntad Y QUE YO NO QUIERO QUE TU HAGAS MI VOLUNTAD, SINO HACER YO LA TUYA.

Además, Señor, como debo amar al prójimo como a mí mismo yo no olvidaré pedirte remedies las necesidades no solamente de mis padres, de mi familia, de mis amigos, de mis bienhechores, de todos aquellos con quienes estoy más obligado, sino también de quienes se han encomendado a mis oraciones, especialmente de S.S. el Papa, de nuestra Santa Iglesia, y uniendo mis peticiones a las suyas, yo te pediré por los sacerdotes, por los pecadores, por las obras católicas, por mi país y por el mundo entero, pues como católico que soy por tu divina gracia, debo extender mis peticiones por todos mis prójimos, según las enseñanzas de San Pablo que escribe a Timoteo: "Yo te suplico que las oraciones sean hechas por todos los hombres, puesto que fue por todos que Nuestro Señor Jesucristo se entregó en redención"

De acuerdo con estas enseñanzas, yo te pido y te pediré, Señor, por todas estas intenciones por las cuales te inmolas continuamente sobre nuestros altares y nunca olvidaré pedirte me concedas la mayor de todas las gracias que podemos alcanzar sobre la tierra: la Gracia de la Comunión diaria.

A.M.D.G.