XV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD.

MENSAJE DEL PAPA A MAS DE DOS MILLONES DE JOVENES EN TOR VERGATA EL 19 DE AGOSTO DEL 2000.

 

-  ES EN REALIDAD A JESUS A QUIEN BUSCAS CUANDO SUEÑAS CON LA FELICIDAD; ES EL QUIEN TE ESPERA CUANDO NADA DE LO QUE ENCUENTRAS TE SATISFACE; ES EL LA BELLEZA QUE TANTO TE ATRAE; ES EL QUIEN TE PROVOCA CON ESA SED DE RADICALIDAD QUE NO TE PERMITE CAER EN EL CONFORMISMO….ES EL QUIEN PROVOCA EN TI EL DESEO DE HACER DE TU VIDA ALGO GRANDE….,LA VALENTIA DE COMPROMETERTE PARA MEJORAR TU MISMO Y A LA SOCIEDAD.

 

Sed los "centinelas de la mañana" en este amanecer del tercer milenio.

1. "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (Mt 16, 15).

Queridos jóvenes y muchachas: Con gran alegría me reúno de nuevo con vosotros, con ocasión de esta vigilia de oración, durante la cual queremos ponernos juntos a la escucha de Cristo, al que sentimos presente entre nosotros. Es él quien nos habla.

"Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Jesús plantea esta pregunta a sus discípulos en la región de Cesarea de Filipo. Simón Pedro contesta: "Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). A su vez el Maestro les dirige estas sorprendentes palabras: "Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16, 17)

¿Cuál es el significado de este diálogo? ¿Por qué Jesús quiere escuchar lo que los hombres piensan de él? ¿Por qué quiere saber lo que piensan sus discípulos de él?

Jesús quiere que los discípulos se den cuenta de lo que se esconde en su mente y en su corazón y que expresen su convicción. Sin embargo, al mismo tiempo, sabe que lo que dirán no será sólo su opinión, porque en sus palabras se revelará lo que Dios ha derramado en su corazón con la gracia de la fe.

Este acontecimiento en la región de Cesarea de Filipo, en cierto modo, nos introduce en el "laboratorio de la fe". Ahí se desvela el misterio del inicio y de la maduración de la fe. En primer lugar está la gracia de la revelación: un íntimo e inexpresable darse de Dios al hombre; pues sigue la llamada a dar una respuesta y finalmente, viene la respuesta del hombre, respuesta que desde ese momento en adelante tendrá que dar sentido y forma a toda su vida.

Eso es la fe. Es la respuesta a la palabra de Dios vivo por parte del hombre racional y libre. Las preguntas que Cristo plantea, las respuestas de los apóstoles y la de Simón Pedro, son como una prueba de madurez de la fe de los que están más cerca de Cristo.

2. El diálogo en Cesarea de Filipo

Tuvo lugar en el tiempo prepascual, es decir, antes de la pasión y la resurrección de Cristo. Convendría recordar también otro acontecimiento durante el cual Cristo, ya resucitado, probó la madurez de la fe de sus Apóstoles. Se trata del encuentro con el apóstol Tomás. Era el único ausente cuando, después de la resurrección, Cristo fue por primera vez al Cenáculo. Cuando los otros discípulos le dijeron que habían visto al Señor, él no quiso creer. Dijo: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré" (Jn 20, 25). Ocho días después, se hallaban otra vez reunidos los discípulos y Tomas estaba con ellos. Entró Jesús estando la puerta cerrada, saludó a los Apóstoles con las palabra: "La paz esté con vosotros" (Jn 20, 26) y acto seguido se dirigió a Tomás: "Acerca aquí tu mano y métela a mi costado, y no seas incrédulo sino creyente" (Jn 20, 27) Tomás contestó: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28)

También el Cenáculo de Jerusalén fue para los Apóstoles una especie de "Laboratorio de la fe". Sin embargo, en cierto sentido, lo que allí sucedió con Tomás va más allá de lo que ocurrió en la región de Cesarea de Filipo. En el Cenáculo nos encontramos ante una dialéctica de la fe y de la incredulidad más radical y, al mismo tiempo ante una confesión aún más profunda de la verdad sobre Cristo. Verdaderamente no era fácil creer que estuviera nuevamente vivo Aquel que tres días antes había sido sepultado.

El divino Maestro había anunciado varías veces que iba a resucitar de entre los muertos y ya había dado también pruebas de que era el Señor de la vida. Sin embargo la experiencia de su muerte había sido tan fuerte que todos tenían necesidad de un encuentro directo con él para creer en su resurrección: los Apóstoles en el Cenáculo, los discípulos en el camino a Emaús, las piadosas mujeres junto al sepulcro… También Tomás lo necesitaba. Pero cuando su incredulidad se encontró con la experiencia directa de la presencia de Cristo, el Apóstol que había dudado pronunció esas palabras con las que se expresa el núcleo más íntimo de la fe: Si es así, si tú verdaderamente estás vivo, aunque te mataron, quiere decir que eres "mi señor y mi Dios".

Con el caso de Tomás el "laboratorio de la fe" se ha enriquecido con un nuevo elemento. La revelación divina, la pregunta de Cristo y la respuesta del hombre se ha completado con el encuentro personal del discípulo con Cristo vivo, con el Resucitado. Ese encuentro se convierte en el inicio de una nueva relación entre hombre y Cristo, una relación en la que el hombre reconoce existencialmente que Cristo es Señor y Dios; no sólo Señor y Dios del mundo y de la humanidad, sino también Señor y Dios de mi existencia humana concreta. Un día san Pablo escribió: "Cerca de ti está la palabra: en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra de la fe que nosotros proclamamos. Por que, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo" (Rm 10, 8-9)

3. En las lecturas de la liturgia de hoy

Están descritos los elementos de los que se compone ese "laboratorio de la fe", del cual los Apóstoles salieron como hombres planamente conscientes de la verdad que Dios había revelado en Jesucristo, verdad que modelaría su vida persona y la de la Iglesia en el curso de la historia. Este encuentro romano, queridos jóvenes, es también una especie de "laboratorio de la fe" para vosotros, discípulos de hoy, para quienes confiesan a Cristo en el umbral del tercer milenio.

Cada uno de vosotros puede encontrar en sí mismo la dialéctica de preguntas y respuestas que hemos señalado anteriormente. Cada uno puede analizar sus propias dificultades para creer e incluso sentir la tentación de la incredulidad. Sin embargo, al mismo tiempo, también puede experimentar una progresiva maduración en la conciencia y en la convicción de su adhesión de fe. En efecto, en este admirable laboratorio del espíritu humano, el laboratorio de la fe, siempre se encuentran Dios y el hombre. Cristo resucitado entra también en el cenáculo de nuestra vida y nos permite a cada uno experimentar su presencia y confesar: Tú, Cristo, eres "mi Señor y mi Dios".

Cristo dijo a Tomás: "Porque me has visto, has creído. Dichosos los que no han visto y han creído" (Jn 20, 29). Todo ser humano tiene en su interior algo del apóstol Tomás. Siente la tentación de la incredulidad y se plantea las preguntas fundamentales: ¿Es verdad que Dios existe? ¿Es verdad que el mundo ha sido creado por él? ¿Es verdad que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, ha muerto y ha resucitado? La respuesta surge junto con la experiencia que la persona hace de su presencia. Es necesario abrir los ojos y el corazón a la luz del Espíritu Santo. Entonces a cada uno le hablarán las heridas abiertas de Cristo resucitado: "Porque me has visto has creído. Dichos los que no han visto y han creído".

4. Queridos jóvenes:

También hoy creer en Jesús tras las huellas de Pedro, de Tomás, de los primeros Apóstoles y testigos, con lleva una opción por él y, no pocas veces, es casi un nuevo martirio: el martirio de quien hoy como ayer, es llamado a ir contra corriente para seguir al divino Maestro, para seguir "al Cordero a donde quiera que vaya" (Ap 14,4). No por casualidad, queridos jóvenes, he querido que durante el Año santo se recordara en el Coliseo a los testigos de la fe del siglo XX.

Quizás a vosotros no se os pedirá derramar la sangre, pero ciertamente sí se os pedirá la fidelidad a Cristo. Una fidelidad que se ha de vivir en las situaciones de cada día. Pienso en los novios y su dificultad de vivir, en el mundo de hoy, la pureza antes del matrimonio. Pienso también en los matrimonios jóvenes y en las pruebas a las que se ve expuesto su compromiso de fidelidad mutua. Pienso, asimismo, en las relaciones entre amigos y en la tentación de deslealtad que puede darse entre ellos.

Pienso también en quienes han empezado un camino de especial consagración y en las dificultades que a veces tiene que afrontar para perseverar en su entrega a Dios y a los hermanos. Y pienso igualmente en aquellos que quieren vivir relaciones de solidaridad y amor en un mundo donde únicamente parece valer la lógica del provecho y del interés personal o de grupo.

Así mismo, pienso en quienes trabajan por la paz y ven nacer y estallar nuevos focos de guerra en diversas partes del mundo; pienso en quienes actúan a favor de la libertad del hombre y lo ven aún esclavo de sí mismo y de los demás: pienso en los que luchan por el amor y el respeto a la vida humana y han de asistir frecuentemente a atentados contra ella y contra el respeto que se le debe.

5. Queridos jóvenes:

¿Es difícil creer en un mundo así? En el años 2000, ¿es difícil creer? Sí, es difícil, no hay que ocultarlo. Es difícil, pero con la ayuda de la gracia es posible, como Jesús dijo a Pedro "No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16, 17).

Esta tarde os entregaré el Evangelio. Es el regalo que el Papa os da en esta vigilia inolvidable. La palabra que contiene es la palabra de Jesús. Si la escucháis en silencio, en oración, dejando que vuestros sacerdotes y educadores os ayuden a comprenderla, para vuestra vida, con su sabio consejo, entonces os encontraréis con Cristo y lo seguiréis, entregando día a día la vida por él.

En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es él la belleza que tanto os atrae; es él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite caer en el conformismo; es él quien os impulsa a dejar las máscaras que falsean la vida; es él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas, que otros querría sofocar. Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, sin dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna. Es él ¡Cristo!

Queridos jóvenes, para lograr estos nobles objetivos no estáis solos. Con vosotros están vuestras familias, vuestras comunidades, vuestros sacerdotes y educadores y tantos de vosotros que, en lo oculto, no se cansan de amar a Cristo y de creer en él. En la lucha contra el pecado no estáis solos: ¡muchos como vosotros luchan y con la gracia del Señor vencen!

6. Queridos amigos:

En vosotros veo a los "centinelas de la mañana" (cf. Is 21, 11-12) en este amanecer del tercer milenio. A lo largo del siglo que termina, jóvenes como vosotros eran convocados a reuniones masivas para aprender a odiar, eran enviados a combatir los unos contra los otros. Los diversos mesianismos secularizados, que han intentado sustituir la esperanza cristiana, se han revelado después como auténticos infiernos. Hoy estáis reunidos aquí para afirmar que en el nuevo siglo vosotros no os prestaréis a ser instrumentos de violencia y destrucción; vosotros defenderéis la paz, incluso a costa de vuestra vida, si fuera necesario. Vosotros no os conformaréis con un mundo en el que otros seres humanos mueren de hambre, son analfabetos o están sin trabajo. Vosotros defenderéis la vida en cada momento de su desarrollo terreno, y os esforzaréis con todas vuestras energías por hacer que esta tierra sea cada vez más habitable para todos.

Queridos jóvenes del siglo que comienza, diciendo "sí" a Cristo decís "sí" a todos vuestros ideales más nobles. Pido en mi oración que él reine en vuestros corazones y en la humanidad del nuevo siglo y milenio. No tengáis miedo de entregaros a él. Él os guiará, os dará la fuerza para seguirlo todos los días y en cada situación.

Que María Santísima, la Virgen que dijo "sí" a Dios durante toda su vida, los apoóstoles san Pedro y san Pablo y todos los santos y santas que han marcado el camino de la Iglesia a lo largo de los siglos, os conserven siempre en este santo propósito.

A todos y a cada uno de vosotros os importa con afecto mi bendición.

Quisiera terminar mi discurso, este mensaje, diciéndo que esperaba desde hace tiempo encontrarme con vosotros, veros, primero por la noche, y luego por el día. Os doy las gracias por este diálogo, enriquecido con aclamaciones y aplausos. Gracias por este diálogo.

En virtud de vuestra iniciativa, de vuestra inteligencia, no ha sido un monólogo, ha sido un verdadero diálogo.

Al final de la celebración, el Papa dijo:

Hay un proverbio polaco que dice: "Si vives con los jóvenes, también tú deberás ser joven" Así, regreso rejuvenecido. Una vez más os saludo a todos vosotros, especialmente a los que están más al fondo, en la sombra, y no ven nada. Pero si no han podido ver, ciertamente han podido escuchar este bullicio. Este bullicio ha impresionado a Roma y roma no lo olvidará jamás"

 

SEGUNDO MENSAJE DEL PAPA

Si sois lo que tenéis que ser, prenderéis fuego al mundo entero.

1. "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tu tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68)

Queridos jóvenes y muchachas, y todos los que participáis en la XV Jornada mundial de la juventud: Estas palabras de san Pedro, en el diálogo con Cristo al final del discurso del "pan de vida", nos afectan personalmente. Estos días hemos meditado sobre la afirmación de san Juan: "La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). El evangelista nos ha llevado al gran misterio de la encarnación del Hijo de Dios, el Hijo que se no ha dado a través de María "al llegar la plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4).

En su nombre os vuelvo a saludar a todos con gran afecto. Saludo y agradezco al cardenal Camillo Ruini, mi vicario general para la dióceis de Roma y presidente de la Conferencia episcopal italiana, las palabras que me ha dirigido al comienzo de esta santa misa; saludo también al cardenal James Francis Stafford, presidente del Consejo pontificio para los laicos y a tantos cardenales obispos y sacerdotes aquí reunidos; así mismo, saludo con gran deferencia al señor presidente de la República, al jefe del Gobierno italiano y a todas las autoridades civiles y religiosas que nos honran con su presencia.

,2.Queridos jóvenes:

Hemos llegado al fin de la Jornada mundial de la juventud. Ayer por la noche reafirmamos nuestra fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, que, como dice la primera lectura de hoy, el Padre envió "a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación y a los reclusos la libertad… para consolar a todos los que lloran" (Is 51, 1-3)

En esta celebración eucarística Jesús nos introduce en el conocimiento de un aspecto particular de su misterio. Hemos escuchado en el evangelio un pasaje de su discurso en la sinagoga de Cafarnaúm, después del milagro de la multiplicación de los panes, en el que Cristo se revela como el verdadero pan de vida, el pan bajado del cielo para dar la vida al mundo (cf. Jn 6, 51). Es un discurso que los oyentes no entienden. La perspectiva en que se mueven es demasiado material para poder captar la auténtica intención de Cristo. Ellos razonan según la carne, que "no sirve para nada" (Jn 6, 63). Jesús, en cambio, orienta su discurso hacia el horizonte ilimitado del espíritu: "Las palabras que os he dicho, insiste, son espíritu y vida" (Jn 6, 63).

Sin embargo, el auditorio es reacio: "Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?" (Jn 6, 60). Se consideran personas con sentido común, con los pies en la tierra. Por eso sacuden la cabeza y, refunfuñando, se marchan uno detrás de otro. La muchedumbre inicial se reduce progresivamente. Al final sólo queda el grupito de los discípulos más fieles. Pero con respecto al "pan de vida" Jesús no está dispuesto a contemporizar. Más bien, prefiere afrontar el alejamiento incluso de los más cercanos: "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6, 67).

3. "¿También vosotros?".

La pregunta de Cristo atraviesa los siglos y llega hasta nosotros, nos interpela personalmente y pide una decisión, ¿Cuál es nuestra respuesta? Queridos jóvenes, si estamos hoy aquí es porque nos vemos reflejados en la afirmación del apóstol Pedro: "Señor, ¿a quien vamos a acudir? Tu tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68).

Muchas palabras resuenan en vuestro entorno, pero sólo Cristo tiene palabras que resisten el desgaste del tiempo y permanecen para la eternidad. El tiempo que estáis viviendo os impone algunas opciones decisivas: la especialización en el estudio, la orientación en el trabajo, el compromiso que debéis asumir en la sociedad y en la Iglesia. Es importante darse cuenta de que, entre todas las preguntas que surgen en vuestro interior, las decisivas no se refieren al "qué". La pregunta de fondo es "quien," hacia "quién" ir , a "quién" seguir, a "quién" confiar la propia vida.

Pensáis en vuestra elección afectiva e imagino que estaréis de acuerdo en que lo que verdaderamente cuenta en la vida es la persona con la que uno decide compartirla. Pero, ¡atención! Toda persona humana es inevitablemente limitada; incluso en el matrimonio más avenido suele darse una cierta medida de desilusión. Pues bien, queridos amigos: ¿no confirma esto lo que nos acaba de decir el apóstol Pedro? Todo ser humano, antes o después, exclama con él: "¿A quién vamos acudir? Tú tienes palabras de vida eterna". Sólo Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios y de María, la Palabra eterna del Padre, que nació hace dos mil años en Belén de Judá, puede colmar las aspiraciones más profundas del corazón humano.

La pregunta de Pedro: "¿A quién vamos a acudir?" Encierra ya la respuesta sobre el camino que se debe recorrer. Es el camino que lleva a Cristo. Y el divino Maestro es accesible personalmente, pues está presente sobre el altar en la realidad de su cuerpo y de su sangre. En el sacrificio eucarístico podemos entrar en contacto, de un modo misterioso pero real, con su persona, acudiendo a la fuente inagotable de su vida de resucitado.

4. Esta es la maravillosa verdad, queridos amigos:

La Palabra, que se hizo carne has dos mil años, está presente hoy en la Eucaristía. Por eso, el año del gran jubileo, en el que estamos celebrando el misterio de la Encarnación, no podía menos de ser también un años "intensamente eucarístico" (cf. Tertio millennio adveniente, 55).

La Eucaristía es el sacramento de la presencia de Cristo que se nos da porque nos ama. Él nos ama a cada uno de un modo personal y único en la vida concreta de cada día: en la familia, entre los amigos, en el estudio y en el trabajo, en el descanso y en la diversión. Nos ama cuando llena de frescor los días de nuestra existencia y también cuando, en el momento del dolor, permite que la prueba se abata sobre nosotros: también a través de las pruebas más duras, él nos hace escuchar su voz.

Sí, queridos amigos, ¡Cristo nos ama y nos ama siempre! Nos ama incluso cuando lo defraudamos, cuando no correspondemos a lo que espera de nosotros. Él no nos cierra nunca los brazos de su misericordia. ¿Cómo no estar agradecidos a este Dios que nos ha redimido llegando incluso a la locura de la cruz, a este Dios que se ha puesto de nuestra parte y está ahí hasta el final?

5. Celebrar la Eucaristía

"Comiendo su carne y bebiendo su sangre" significa aceptar la lógica de la cruz y del servicio. Es decir, significa estar dispuestos a sacrificarse por lo demás, como hizo él.

Nuestra sociedad necesita con urgencia este testimonio; lo necesitan hoy más que nunca los jóvenes, tentados a menudo por los espejismos de una vida fácil y cómoda, por la droga y el hedonismo, que llevan después a la espiral de la desesperación, del absurdo, de la violencia. Es urgente cambiar de rumbo en dirección a Cristo, que es también la dirección de la justicia, de la solidaridad, del compromiso por una sociedad y un futuro dignos del hombre.

Esta es nuestra Eucaristía; esta es la respuesta que Cristo espera de nosotros, de vosotros, jóvenes, al final de vuestro jubileo. A Jesús no le gustan las medias tintas y no duda en apremiarnos con la pregunta: "¿También vosotros queréis marcharos?". Como san Pedro, ante Cristo, Pan de vida, también nosotros queremos repetir hoy: "Señor, ¿a quién vamos acudir? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68).

6. Queridos Jóvenes:

Al volver a vuestra tierra poned la Eucaristía en el centro de vuestra vida personal y comunitaria: amadla, adoradla y celebradla, sobre todo el domingo, día del Señor. Vivid la Eucaristía dando testimonio del amor de Dios a los hombres.

Queridos amigos, os confió este don, el más grande que Dios nos ha dado a nosotros, peregrinos por los caminos del tiempo, pero que llevamos en el corazón la sed de eternidad. ¡Ojalá que haya siempre en cada comunidad un sacerdote que celebre la Eucaristía! Por eso pido al Señor que broten entre vosotros numerosas y santas vocaciones al sacerdocio. La Iglesia necesita sacerdotes que celebren también hoy, con corazón puro, el sacrificio eucarístico. ¡El mundo no puede verse privado de la dulce y liberadora presencia de Jesús vivo en la Eucaristía!

Sed vosotros mismos testigos fervorosos de la presencia de Cristo en nuestros altares. Que la eucaristía modele vuestra vida, la vida de las familias que vais a formar. Que oriente todas vuestras opciones de vida. Que la Eucaristía, presencia viva y real del amor trinitario de Dios, os inspire ideales de solidaridad y os haga vivir en comunión con vuestros hermanos esparcidos por todos los rincones del planeta.

Que de la participación en la Eucaristía brote, en especial un nuevo florecer de vocaciones también a la vida religiosa, que asegure la presencia de fuerzas nuevas y generosas en la Iglesia para la gran tarea de la nueva evangelización.

Si alguno de vosotros, queridos muchachos y muchachas, siente en su interior la llamada del Señor a entregarse totalmente a él para amarlo "con corazón indiviso" (cf. 1 Co 7, 34), no se deje paralizar por la duda o el miedo. Pronuncie con valentía su "sí" sin reservas, fiándose de Aquel que es fiel en todas sus promesas. ¿No ha garantizado, al que lo deja todo por él, aquí el ciento por uno y después la vida eterna? (cf. Mc 10, 29-30).

7. Al final de esta Jornada mundial:

Mirándolos a vosotros, vuestros rostros jóvenes, vuestro entusiasmo sincero, quiero expresar, desde lo hondo de mi corazón, mi agradecimiento a Dios por el don de la juventud, que a través de vosotros permanece en la Iglesia y en el mundo.

¡Gracias a Dios por el camino de las Jornadas mundiales de la juventud! Todas las Jornadas mundiales: Roma, Buenos Aires, Santiago de Compostela, Czestochowa, Denver, Manila, París y de nuevo Roma. ¿Gracias a Dios por tantos jóvenes que han participado en ellas durante estos dieciséis años! Son jóvenes de ahora, ya adultos, siguen viviendo en la fe allí donde residen y trabajan. Estoy seguro de que también vosotros, queridos amigos, estaréis a la altura de los que os han precedido. Llevaréis el anuncio de Cristo en el nuevo milenio. Al volver a casa, no os disperséis. Confirmad y profundizad vuestra adhesión a la comunidad cristiana a la que pertenecéis. Desde Roma, la ciudad de san Pedro y san Pablo, el Papa os acompaña con su afecto y, parafraseando un expresión de santa Catalina de Siena, os dice: "Si sois lo que tenéis que ser, prenderéis fuego al mundo entero" (cf. Carta 368)

Miro con confianza a esta nueva humanidad que se prepara también por medio de vosotros; miro a esta Iglesia constantemente rejuvenecida por el Espíritu de Cristo y que hoy se alegra por vuestros propósitos y por vuestro compromiso. Miro hacia el futuro y hago mías las palabras de una antigua oración, que canta a la vez el don de Jesús, de la Eucaristía y de la Iglesia.

"Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento que nos comunicaste por medio de Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos. Así como este trozo de pan estaba disperso por los montes y reunido se ha hecho uno, así también reúne a tu Iglesia desde los confines de la tierra en tu reino. Tú, Señor omnipotente, has creado el universo para gloria de tu nombre, has dado a los hombres alimento y bebida para su disfrute, a fin de que te den gracia y además, a nosotros nos has concedido la gracia de un alimento y bebida espirituales y la vida eterna por medio de tu siervo. A ti la gloria por los siglos".

Amén.

 

Recomendar este documento a un amigo

Email de tu amigo: