MISTERIO DE FE

R.P. Pedro Herrasti, S.M.

ARQUIDIOCESIS PRIMADA DE MÉXICO

NIHIL OBSTAT Pbro. Lic. José Luis Guerrero Rosado

Censor Eclesiástico

IMPRIMATUR 13 de agosto de 1999 Pbro. Lic. Guillermo Moreno Bravo vicario General.

 

MISTERIO DE FE

INTRODUCCIÓN

 

El escudo y el lema de la Sociedad EVC son como el resumen de nuestra vocación: una Custodia con el Santísimo Sacramento y alrededor las palabras "INSTRUCCIÓN RELIGIOSA Y EUCARISTÍA"

El pueblo fiel tiene, como en tiempos de Jesucristo, hambre tanto de la Palabra de Dios como del Pan Eucarístico. Proporcionar Instrucción Religiosa de una manera sencilla y acercar al cristiano a los Sacramentos, en especial a la Eucaristía, han sido desde la fundación en1926, nuestra razón de existir.

Es por eso que la EVC ha publicado acerca de la Eucaristía los folletos 75, 171, 281, 288, 289 y 623. Y ahora, en vistas al Año Jubilar 2000 que también será el del Congreso Eucarístico Internacional a efectuarse en la Ciudad de Roma, presidido por el Santo Padre Juan Pablo II, ponemos en manos de usted un resumen del Texto Base para dicho Congreso, que pensamos es un tesoro que debe llegar a todos.

El jubileo del año 2000, a la vez que nos introduce en el Tercer Milenio, nos lleva a contemplar con una fe renovada el hecho maravilloso de que Dios nació de María Virgen hace 20 siglos en Belén de Judá. Dios, que por naturaleza es invisible, se hizo visible en forma de niño para salvarnos y llevar al hombre pecador al Reino de los Cielos.

Y por si fuera poco, en cada Misa, obtenemos la gracia de la Redención que brota de la muerte y resurrección de Jesucristo, hasta que vuelva. "En la Santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne, que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo" (Concilio Vaticano II).

 

"Haced esto en conmemoración mía"

Jesucristo, la víspera de su Pasión y Muerte, en la Ultima Cena, instituyó la Eucaristía como memoria¡ y mandó que se celebrara hasta su vuelta gloriosa. Es por eso que la Iglesia Católica ha celebrado la Santa Misa desde los tiempos Apostólicos con una fidelidad tan asombrosa como heroica.

Toda la grandeza de la Eucaristía se encuentra en el hecho de que las palabras y gestos del sacerdote oficiante, los hace en nombre de Cristo, "in persona Chrísti" o sea que el Señor se hace presente para verificar su Pascua en cada altar. Jesucristo es el verdadero y único Sacerdote que se ofrece a sí mismo como Víctima por la humanidad entera, por medio del sacerdote que preside la celebración.

El sacrificio de la Cruz no se repite sino que se actualiza en la acción sacramental. El memorial Eucarístico, "haciendo presente el pasado, es garantía de la gloria futura". Por eso proclamamos en el centro de todas las Misa: "Anunciamos tu muerte, proclamarnos tu resurrección, ¡Ven Señor Jesús!".

Las palabras de Jesús: "Haced esto en memoria mía" debemos cumplirlas en comunidad. La Misa no es un hecho privado o un acto individual, aún cuando el sacerdote estuviera solo; al contrario, siempre es acción de la Iglesia para la edificación de la Iglesia.

Conscientes de que "la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace a la Iglesia", la comunidad cristiana desde siempre celebra el memorial de la Pascua de Cristo como fuente y culminación de su propia identidad y misión. Por lo tanto, reunirse todos los domingos, en el Nombre del Señor, para alimentarse de la Palabra de Dios y del Pan de Vida, es obedecer la voluntad que Cristo manifestó en la Ultima Cena. No podemos llamarnos cristianos y no cumplir el mandato de Jesús: "Haced esto en memoria mía".

 

Seguir el ejemplo de Jesús

Al celebrar en cada Misa la Pascua del Señor, la Iglesia está llamada por el Espíritu Santo a unirse a la Víctima Inmaculada que ofrece al Padre. El Sacrificio de Cristo es también el sacrificio de quien participa en la Misa.

El mandato "Haced esto en memoria mía" incluye además el gesto de Jesús de lavar los pies a sus Apóstoles, o sea el mandato del amor y del servicio a los demás. La historia de la Iglesia demuestra cómo los cristianos han sido capaces de seguir a Cristo en el amor al prójimo y en el testimonio hasta la muerte misma. Las reliquias de los mártires puestas en los altares, desde los tiempos antiguos, son una llamada constante a la memoria viva del mandato de Jesús. Sólo la fuerza de la Eucaristía ha permitido y sigue permitiendo a innumerables cristianos testimoniar con una vida santa la novedad de la Pascua del Señor.

 

"Tomad y Comed"

Así como alimentarse es indispensable para la vida y comer juntos es señal de familiaridad, en la Eucaristía el Señor Jesús no solo nos hace comensales sino que El mismo se entrega a sus fieles con alimento espiritual para que vivamos con Él y de Él. La Sagrada Comunión nos convierte en lo mismo que tomamos y hace posible que llevemos siempre en nosotros a Aquel que hemos comido.

Comer el Cuerpo de Cristo manifiesta la audacia del amor divino y la fe inaudita de aquel que lo recibe. La promesa de la Eucaristía naturalmente escandalizó y alejó a muchos, exigiendo de los Apóstoles un acto de fe total: Yo soy el Pan Vivo bajado del Cielo. Quien coma de este Pan vivirá para siempre; y el Pan que yo le voy a dar es mi carne para la vida del mundo. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en Mí y yo en él" (Jn.6,51-56).

Estas palabras misteriosas de Jesús, cobraron su pleno significado cuando la víspera de su muerte, "tomo el pan y después de dar gracias, lo partió y dijo: este es mi Cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío. Así mismo también el cáliz, después de cenar diciendo: este Cáliz es la Nueva Alianza en mi Sangre; cuantas veces lo bebiéreis hacedlo en recuerdo mío" (1 Cor.11, 23-25).

En el antiquísimo documento llamado "Las Catequesis de Jerusalén" podemos leer: "Si Él proclamó y dijo "Esto es mi Cuerpo", ¿quién se atreverá todavía a dudar? Y si El mismo afirmó "Esta es mi Sangre", ¿quien podrá dudar en adelanté y decir que no es su Sangre? Por eso, hemos de recibirlos con la firme convicción de que son el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Se te da el Cuerpo del Señor bajo signo de pan y su Sangre bajo el signo de vino, de modo que al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, te haces concorpóreo y consanguíneo suyo.

 

Un solo Pan para formar un solo Cuerpo.

En cada Misa pedimos al Padre "que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y la Sangre de Cristo". San Pablo escribe: "porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo Pan" (1 Cor. 10, 17). La Misa, al unirnos a Jesucristo, es vínculo de unidad fraterna.

La iglesia, por desgracia, en el curso de la historia, ha sufrido divisiones dolorosas. Sucede que aún habiendo recibido un mismo Bautismo, no todos los cristianos pueden participar de una misma mesa. Los protestantes por lo general, al negar la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, quedan excluidos automáticamente del Banquete Eucarístico. La unidad en la caridad necesita también la unidad en la verdad.

 

El Pan que da fuerza para el Camino.

Cuando oramos diciendo "Danos hoy nuestro pan de cada día", encontramos una respuesta completa en la Palabra Divina y en la Eucaristía. Alimentarse de Cristo en el Santo Altar es reconocer que su "Carne inmolada por nosotros es alimento que fortalece". Dios nos invita a volver con perseverancia a comer y beber en el convite Eucarístico para recuperar la energía necesaria para progresar en el camino hacia la comunión definitiva con Dios en la Gloria.

En los momentos en los que el sufrimiento exige una respuesta de amor, cada uno debe tomar conciencia de que las palabras de Cristo "Tomad y comed" se dirigen propiamente a él. El pan Eucarístico es la fuerza de los débiles, el apoyo de los enfermos, el bálsamo que sana las heridas, viático del que deja este mundo. Es el vigor de los fieles que trabajan en ambientes y circunstancias en las que su presencia es tal vez la única posibilidad de proclamación del Evangelio, dando testimonio de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. Comer el pan de la Vida, tiene como fin hacer visible aquello por lo cual verdaderamente vale la pena vivir y morir.

 

"Entregado por Vosotros y por Todos"

El amor verdadero lleva consigo el don incondicional de sí mismo. Fuera de esta visión, se convierte en amor posesivo, corre el riesgo del ser chantaje y se confunde con la ilusión. Al contrario, el amor genuino es entrega plena a los demás, olvidándose de sí mismo.

Así es el sacrificio de Jesucristo, consumado con toda libertad gratuitamente en la Cruz. "El Buen Pastor da su vida por sus ovejas. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida... nadie me la quita, Yo la doy voluntariamente"(Jn.10, 11-18) Además no debemos olvidar que la entrega de Jesús es aún más profunda: "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm.5,8). Jesucristo se ofreció y derramó su sangre aún por aquellos que no corresponden a su amor,

El amor hacia el miserable que no puede corresponder al don, es la misericordia; el amor hacia el enemigo, del que no puede esperar nada bueno en cambio, es el perdón.

De este amor absolutamente gratuito, brota la Redención, que es el perdón de los pecados y la reconciliación de los pecadores: "Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muerto a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo por gracia habéis sido salvados". (Ef.2,4-5)

 

Un Don sin limites.

"No hay, ni hubo, ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo" nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica en su número 605.

En efecto: Jesús se entrega en cada Misa por cada uno de los descendientes de Adán y Eva. Nadie queda excluido: hombre o mujer, rico o pobre, libre o prisionero', blanco o negro, judío o griego, europeo o asiático..."¡La Gracia de Dios, por Jesucristo, se ha desbordado sobre todos!" (Rm.5,15).

En su ministerio Jesús dirige a todos la Palabra de salvación y si tuvo alguna preferencia, fue para los pobres y marginados. Multiplicando panes y peces para la multitud hambrienta, no hizo distinción entre personas todos comieron hasta saciarse" (Lc.9, 17).

De la misma manera, el Señor nos invita a todos a la Eucaristía, para comulgar el Pan que nos hace hermanos en la comunidad. Cristo derriba el muro que nos separa, para crear en sí mismo, un solo hombre nuevo.

 

Don que exige responsabilidad

Frente al Pan de Vida, no podemos menos que decir en cada Misa: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y quedaré sano". No debemos olvidar que la noche de la Ultima Cena, fue también la noche de la traición culpable de Judas lscariote.

Por desgracia es posible recibir indignamente el Cuerpo y la Sangre del Señor, o sea en pecado mortal, cometiendo un sacrilegio. Por eso San Pablo nos llama fuertemente la atención: "Examínese pues cada quien y coma así el Pan y beba así del Cáliz; pues quien corra y bebe sin discernir el Cuerpo y la Sangre del Señor, come y bebe su propio castigo" (1 Cor. 11, 28-29). Por eso, quien haya cometido algún pecado grave contra alguno de los mandamientos de Dios, antes de acercarse a la Sagrada Comunión debe recurrir al Sacramento de la Reconciliación.

La Eucaristía no solamente nos exige la Reconciliación con Dios, sino también con los hermanos y con la Iglesia. Ese es el significado del rito de la paz, intercambiado antes de la Comunión. Tal vez no exista ningún problema con los hermanos que asisten con nosotros a la Eucaristía, pero el rito nos obliga a buscar la reconciliación con aquellos con los cuales tenemos querellas, donde quiera que estén.

La Comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos obliga a reconocerlo en los hermanos más pobres y desheredados. San Juan Crisostomo nos lo recuerda: "Has gustado la Sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. Deshonras esta mesa, no juzgando digno al que ha sido juzgado digno de participar de esta mesa".

 

Don para el compromiso misionero.

Todo el impulso evangelizador de la Iglesia, culmina en la Eucaristía y al mismo tiempo impulsa al creyente a anunciar, con palabras y obras, el misterio celebrado en la fe. Quien participa en el convite Eucarístico, se compromete en la misión de la Iglesia de dar a conocer el Evangelio de la salvación a todos. La Misa es el acto misionero más eficaz, ya que renueva la vida de los hombres y del mundo.

Cada Misa concluye con el mandato misionero: ir a llevar a todos el anuncio del Señor Resucitado y dar su paz. Es el compromiso de ayudar a quien no conoce el Evangelio, al que se ha alejado de Dios, para que descubran el gozo de la comunión con Cristo Salvador.

De la Eucaristía brota el servicio a los pobres, la defensa y promoción de la vida, la lucha por la justicia y la búsqueda constante de la paz.

 

Misterio de la Fe.

Sin la Revelación, no se puede comprender la Eucaristía. Como los discípulos en el Cenáculo, como los peregrinos de Emaús, tenemos necesidad de que el Señor nos diga su Palabra y suscite el fuego del amor en nuestros corazones. Lo necesitamos para aceptar que el misterio de su muerte y resurrección se hace presente en el Sacramento del Altar.

Por eso la Misa consta de dos partes: la Liturgia de la Palabra y la Eucarística, dos partes íntimamente unidas y ordenadas la una hacia la otra. En las lecturas de la Misa, es el Señor mismo quien nos habla ("Palabra de Dios") y suscita la respuesta de fe necesaria para participar en el convite de la vida.

La presencia real.

En el himno eucarístico "Ave verum" la Iglesia canta que Aquel que se encarnó en el seno virginal de María para ser Dios con nosotros, Aquel cuyo cuerpo que fue traspasado, se encuentra realmente presente en la Eucaristía. Esta presencia es "real", es substancial. La Hostia Consagrada no es una mera representación como son las imágenes o un puro símbolo como la Bandera simboliza a la Patria; es verdaderamente el "Corpus Christi". Jesucristo, Dios y Hombre, se hace totalmente presente y la Iglesia canta: "ya no es vino, ya no es pan, Cristo mismo se nos da".

 

Por la fe, adoramos.

Conocer, creer en la grandeza de la Eucaristía, conservada día y noche en nuestras iglesias, es una llamada a los creyentes a volver ante el Misterio, aún fuera de Misa, para prolongar la actitud de adoración y de oración ante el Sagrario. La oración silenciosa de agradecimiento y de súplica, aumenta la fe ayudando a vivir en la esperanza y en la caridad.

La exposición del Santísimo Sacramento, las horas Santas, las procesiones Eucarísticas, especialmente la de la fiesta del Corpus Christi, y los Congresos Eucarísticos, concentran nuestra atención en Aquel que es el Pan de Vida, la Vida misma. Nos recuerdan que no solo de pan vive el hombre.

Pan de Vida Eterna.

A ejemplo de la Virgen María que contemplaba silenciosa a su Hijo, la adoración al Santísimo Sacramento ayuda a transfigurar nuestra propia muerte en signo de resurrección para la Vida Eterna.

Al hombre de hoy y de siempre, deseoso de vivir una existencia que no sea efímera, de sobrevivir más allá de las limitaciones del tiempo y del espacio, Jesús ha prometido la posibilidad, ya desde ahora, de ser injertados en su misma Vida, que es eterna, y de poder aspirar por lo tanto, a una existencia sin fin: "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día". (Jn. 6,54)

San Ignacio de Antioquía recuerda que la Eucaristía es "remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, alimento de vida eterna en Jesucristo".

En la Eucaristía está ya activa la bienaventurada esperanza de la Iglesia y de todo creyente: "Ven Señor Jesús". Cuando la Iglesia dice a su esposo Cristo "Ven", El se hace presente en el pan y vino consagrados y confirma la promesa de su vuelta gloriosa: "Sí, vengo pronto" (Ap.22,20)

 

Con la Iglesia de Roma.

El Congreso Eucarístico Internacional se celebrará en Roma, donde los Apóstoles Pedro y Pablo y otros numerosos mártires dieron su vida por Cristo. Su ejemplo y el acto simbólico de "abrir la Puerta Santa" en la Basílica de San Pedro que se abre cada 25 años en los años jubilares, son una llamada a los creyentes a entrar de nueva en el misterio de Cristo y de la Iglesia, para emprender con mayor empeño el camino del tercer milenio.

El antiguo ejemplo del joven San Tarcisio, que prefirió "perder la vida" antes que dejar profanar la Eucaristía que llevaba en sus brazos, es un estímulo luminoso para esforzarse, aún a costa de la propia vida, por favorecer el encuentro de todos con Cristo el Salvador.

La Virgen María que con gesto misionero presentó el Salvador a los pastores de Belén y a los Magos, enseñe a todas las comunidades cristianas a mostrar al mundo a Aquel que colma de bienes a los hambrientos y es Pan de Vida Eterna.

 


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