Pero, ¿ quién es éste?
(Mc 1, 21-28; Lc 4, 31-37)

Las palabras de aquel joven predicador penetraban con una fuerza que nadie se explicaba, Pero quiso, además, el Señor aumentar la confianza del pueblo que lo escuchaba haciéndole conocer sus poderes milagrosos. Ha de decir alguna vez; "Si no creen ustedes en mis palabras, crean en mis obras".
y empezó a curar enfermos con el solo contacto de su mano y hasta con un acto de su voluntad, a distancia.
Pero la fama de sus poderes extraordinarios creció enormemente, cuando dio a conocer su poder sobre los espíritus infernales.
Era un sábado, en Cafarnaúm. La sinagoga estaba muy concurrida,
Hablaba el Señor con el rollo de las Sagradas Escrituras en la mano. La atención era profunda.
Súbitamente sale una voz chillona de un rincón de la sinagoga: -¿Qué tienes que ver tú con nosotros, ...¿Has venido para perdernos?, ... Yo sé bien quién eres. Eres el Santo de Dios. ..
Toda la gente se replegó en seguida y se apartó del que hablaba. Habían reconocido al instante que quien hablaba así en el interior de aquel hombre, era el i diablo.
El endemoniado miraba a Jesús con ojos sanguinolentos y con los puños cerrados y amenazantes.
Todos miraban al predicador.
-¡Calla!-, replicó el Señor con voz imperiosa -. ¡Sal enseguida de ese hombre!
El demonio levanta en peso a su víctima y la deja caer al suelo, sin hacerle ningún daño. Luego, lanza un grito agudísimo y huye…
Todos los asistentes miran con espanto. Y, sin hablar palabra, salen de la sinagoga.
Los muchachos, con los ojos muy abiertos; los más chicos, agarrados con las dos manos de la falda de su madre.
Lejos ya de aquel lugar, no cesan las exclamaciones de admiración. -¡Este hombre da órdenes a los espíritus inmundos, y obedecen!… ¡Esto no se ha visto nunca!…