¿Y las ovejas perdidas?
(Jn 4, 5 - 38)

La jornada ha sido fatigosa.
Junto al pozo llamado de Jacob, los apóstoles han dejado al Señor para que descanse un poco; ellos van a la cercana ciudad de Sicar para comprar algo que comer.
Jesús se queda solo, sentado en el brocal del pozo. Está en el corazón de la región de Samaria y piensa; con verdadera ternura de padre, en toda aquella gente samaritana… Viven y mueren lejos del culto al verdadero Dios. Son ovejas extraviadas.
Una mujer se acerca, con un cántaro en la cabeza. Ve en el brocal del pozo a un desconocido. Por el vestido advierte que es judío y lo desprecia.
Empieza a desenrollar la cuerda con que va a echar el cubo para sacar el agua.
Jesús la mira y comienza su faena:
- Dame de beber -, le dice.
Levanta ella los ojos con gran sorpresa, mira al Señor, y sin más, casi en tono de reproche:
- Tú, que eres judío, ¿me pides a mí de beber? A mí, que soy samaritana?
El Señor le responde en tono amable:
- Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú primero le hubieras pedido a él lo mismo.
Y comienza el Señor a hablar de un agua que él da, que quita para siempre la sed y que tiene efectos maravillosos: le habla de un agua que salta hasta la vida eterna. ,
La mujer no entiende nada; pero, por decir algo, pide al Señor que le dé agua de aquella.
La mira el Señor; y sin más le dice:
- Ve y llama a tu marido.
Y el Señor le descubre que ha tenido ya cinco y el de ahora, no es su marido.
Se estremece la pobre mujer- " ¿Quién es éste, que adivina las cosas más ocultas?", se pregunta.
Con voz temblorosa, replica:
- Señor, veo que eres profeta-
Y comienza ella misma un diálogo sobre cosas de la religión.
Jesús responde. Pero sus palabras son misteriosas, oscuras,
Ella no entiende, pero ya no pregunta; sólo se le ocurre decir que sabremos la verdad cuando venga el Mesías.
Jesús se queda mirándola, con una mirada suave y profunda. Luego, sin más, le dice:
- El Mesías ...es quien está aquí, hablando contigo.
En ese momento llegaron los discípulos.
Ella, aturdida, deja el cántaro y la cuerda y corre al pueblo.
Hablaba casi a gritos en las calles; se iban agrupando grandes y chicos a su alrededor.
Al poco rato llegaron al sitio donde estaba Jesús, todavía junto al pozo, y él les habló en medio de un silencio completo.
Y sucedió lo increíble:
- Quédate con nosotros -, le rogaban ellos, ¡samaritanos, a un judío, acompañado de judíos, que se quedara con ellos...!
El fuego en que ardía el corazón del Señor había hecho la conquista milagrosa.
Y se quedó con ellos dos días.
Van ya lejos Jesús y sus discípulos, y todavía, con los turbantes en la mano, los habitantes de Sicar los saludan y los despiden.